Yo no quiero a mis hijos

Imagen Principal del Artículo
Ilustración por Rocío Morejón

A mí me contaron que las madres lucían como la Virgen María, La Virgen de la ternura, inmaculada, que mira con amor a un bebé que no patalea; yo, sin embargo, cada noche parezco Jesús en la cruz: tumbada boca arriba en un cuarto oscuro, con dos cuerpos a cada lado del mío y dos cabecitas que entumecen mis brazos. No me gusta decir que soy una madre sacrificada porque ‒como María o Jesús‒ pareciera que escogí ese sacrificio. Y no, no lo escogí yo. En cualquier caso, me lo impuso la sociedad que dicta cómo debe ser una buena madre.

Mejor digo que soy una madre que ha tenido que renunciar, una y otra vez. Renuncié a mis libertades porque soy yo la única que pide permiso para ejercer un rol diferente al de ser mamá. Renuncié a mi cuerpo porque se convirtió en cama y alimento. Renuncié a mi trabajo remunerado porque quien mejor les cría, supuestamente, soy yo. Para mí la maternidad ‒que no solo es ser madre‒ significa renuncia, porque socialmente es eso lo que se le exige a una madre, a una buena madre y, debo aclarar, que mi conflicto no es con la renuncia en sí misma, sino con el hecho de ser yo la que más ha tenido que hacerlo.

Pero vayamos al “querer”: con mi segundo hijo, por ejemplo, no conecté como con la primera que, desde que salieron dos rayas en el palo aquel, le puse nombre. Con mi segundo hijo el amor llegó tiempo después de haberlo parido. Aun así: le amamanté, puse mi cuerpo a su disposición 24/7, le canté, lo dormí “crucificada” con su hermana al otro costado, le sonreí, lo mantuve limpio, jugué con él. Todo eso hice sintiendo que, por hacerlo, le hacía daño a mi hija mayor. Porque ‒yo creía‒ la llegada de un segundo bebé a casa, generaba estos conflictos y creemos que, de alguna manera, queriendo a uno traicionamos a otra. No fui yo la única que atravesó ese proceso; otros miembros de la familia también sentían que conectar con el bebé significaba querer menos a la primogénita. En algún punto, el amor romántico articula esa idea de que solo podemos amar a una persona, de manera sostenida, para toda la vida. Entonces, una madre que no quiere todo el tiempo a su hijo es mala y, aunque ellos sí pudieron tomarse su tiempo para establecer esa conexión, a mí no me lo permitieron, asumieron que ya existía. No pude tomar mi espacio ni mi cuerpo para gestionar lo que sentía. Yo debía, no solo atenderlo y entregarle toda mi energía, sino también sonreír mientras tanto. Yo debía ser la Virgen María y Jesús al mismo tiempo: tierna, amorosa, sacrificada y crucificada. Yo tenía que renunciar, incluso, a validar mis emociones.

Porque “¿cómo puedes no quererle si lo pariste?” “¿acaso no tienes instinto maternal?”, me preguntó alguien alguna vez. Para la sociedad, las personas gestantes nacemos con un botón llamado “instinto maternal” que activa el amor después del parto. Lo que sucede es que ese instinto, según yo, es diferente para cada persona. Me atrevería a decir, incluso, que no existe y que no es más que una construcción social y que, si existiera, no haría falta que nos vendieran el paraíso maternal como lo hacen.

Hablemos también de la carga que supone ser “madre biológica” y sobre cómo podemos desmontar el discurso de que por parir debemos amar. ¿Quién dice que el amor siempre nace de pronto? El amor no nace así y ya, al menos no para mí. El amor se construye, también en la maternidad. Apuntaba Yarlenis M. Malfrán, en su “Réquiem por la «madre biológica» o cómo las tecnologías desmontan esa ficción colonial” que, “necesitamos des-biologizar la maternidad para comprender los mecanismos de control que están por detrás de esa idea” y no puedo estar más de acuerdo.¹ Necesitamos que la cosa materna se des-biologice y que, por tanto, nos permita soltar. Necesitamos entender que hay muchas maneras de ser madre y que las experiencias no son las mismas. Así como hablar sobre los puntos en común para sentirnos menos solas. Incluso ahora, que la tan trillada teoría del apego puede suponer, más que un modelo de crianza, otra carga más. Pareciera que la única manera de criar a una persona sana, emocional y afectivamente, es ese apego. Pero ¿quién dicta cómo lo construimos? ¿construir un apego seguro con tu criatura sólo es posible a través de la presencia física? ¿un mensaje de audio, cada noche, no significa, también, presencia? Tenemos que construir relaciones sanas con nuestras hijas e hijos, sí, pero qué pasa cuando hay otras cosas a las que quiero dedicarle mi tiempo.

Cada vez que digo que quiero ser más cosas que madre, o que ser madre no me completa como persona, hay gente alarmada. ¿Cómo que tu mayor bendición no son esos niños? No, no lo son y me alegra que existan madres que tengan tan bien definido su “querer”, pero no es mi caso. Yo adoro ser madre pero la maternidad no es mi única meta y, no puedo ser madre todo el tiempo. No entiendo que el hecho de dedicarme a ser o hacer otras cosas más allá de mi maternidad, levante tantas ronchas. O que, por ejemplo, si digo que no quiero estar en determinado momento maternando, se entienda que no quiero a mis hijos.

“Nadie ama todos los días, a todas horas. Las madres tampoco”, dijo la poeta Adrienne Rich y, justo ahí, me valido. Aun cuando nos han grabado a fuego que el amor de una madre es incondicional, necesitamos dejar de poner a las madres entre el “o les quieres siempre o no les quieres nada”, así, sin términos medios, como si los sentimientos fueran estáticos y no fluctuaran. Hay momentos en los que quiero correr, cuando el caos es tal que mi instinto me pide huir. A veces sueño con volver a mi vida de antes, a cuando era libre y no pedía permiso para salir. Hay otros en los que mi yo de ahora se siente como lo mejor que me ha pasado y ver sus caras es lo único que necesito para terminar el día. En definitiva, la maternidad a veces es eso: un constante “no puedo vivir sin ti, pero tampoco contigo”, un “te odio, mi amor”. Es por eso que me niego a escoger entre el amor incondicional y la ausencia total de éste. Si esas son las únicas opciones, entonces no, al menos con la misma intensidad y de manera sostenida, yo no quiero a mis hijos.


Referencias:

¹ Malfrán, M. Yarlenis (2022). “Réquiem por la «madre biológica» o cómo las tecnologías desmontan esa ficción colonial”, Alas Tensas. Disponible en https://alastensas.com/opinion/requiem-por-la-madre-biologica-o-como-las-tecnologias-desmontan-esa-ficcion-colonial/ .

  • salud sexual
  • feminismos
  • género
  • maternidades

Comparte

Link del artículo copiado

Foto de Perfil
Lien Real

Madre imperfecta de dos. Adicta al café y a cuestionarlo todo. Tengo un blog oxidado donde a cada rato me desahogo. Hago catarsis en Twitter y reflexiono sobre maternidades, infancias todas, feminismos y cuidados. Actualmente comparto la conducción de “El Descanso, un podcast para gente que no descansa”.