Y que quede constancia: la infancia trans existe

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Ilustración por Gabi Ascalapha

Las trans no nacimos a los 18 o 20 años, también tuvimos infancia. A nuestro modo, sin saber siquiera ponerle un nombre a ese habitar la diferencia, y mucho menos politizarla, vivimos una infancia trans.

Lucas Platero1 dice que el mundo no tiene problema alguno con que los niños y niñas elijan cosas, digan cosas o piensen cosas, siempre y cuando todo eso sea en camino a una obediencia y un domesticarse al mundo adulto en formas y normas. Ahí sí la sociedad y el mundo dice que los niños son inteligentes y piensan: cuando obedecen, cuando no le revientan la tiranía a los adultos.

Si la niña o el niño dice algo con lo que el adulto no está de acuerdo, ipso facto ese niño no puede pensar, está influenciado, adoctrinado, dicen… No está adoctrinado ni influenciado por la cultura de la “hetero-normalidad”, o los designios “de Dios” y sus seguidores/líderes. No. Está siendo envenenado o confundido nada más cuando hace algo que no está (ni sigue) la “hetero-normalidad”. Vaya conveniencia, ¿no?

Así, vemos hoy día a grandes detractores de los derechos humanos, en específico de los derechos sexuales y/o reproductivos de jóvenes y adolescentes. Tenemos hoy día a un ejército de “protectores” de la niñez, defendiendo que las infancias no tengan voz, que no piensen (porque ni siquiera tienen el cerebro desarrollado para pensar, dicen los más darwinianos, biologocistas, y neonazis), y mucho menos que tengan agencia sobre su propio habitar un cuerpo o una identidad. Que no tengan derechos sobre ellos mismos pues.

Si el niño dice que tiene novia, que le gusta el fútbol y se “apasiona” en el mandato masculino machista, o la niña sueña con ser princesa de Disney, los adultos no ven nada de qué preocuparse. Si el niño ve en la tele o el internet a una draga o una persona trans, o una bandera de arcoíris, ¡ahí sí hay un atentado de muerte! Que vea cómo su padre o hermano acosan mujeres, o su madre es violentada, que vea el abuso de poder de los adultos, o la avaricia de la gente, no hay problema, que vea a dos lesbianas darse un beso, ¡es in-humano! ¡Están adoctrinando al niño!

Hay una larga carrera de dimes y diretes entre activistas, líderes de derecha ultraconservadora, neonazis, fascistas sexuales, moralistas hipócritas, figuras políticas, feministas, machistas, misóginos, y racistas/clasistas, por disputar la existencia de otra gente. Las mujeres trans no existen, dicen. Los hombres trans no existen. Las infancias trans no existen.

Porque creen que con negar a la gente que no les gusta, incomodan o juzgan desde su mierda mental, entonces no existen. Y se burlan. Lanzan “argumentos”, “verdades”, sacan sus diplomados en línea sobre biología, impartidos por la universidad de redes sociales. Te sale el experto o experta que “debate”. Juegan a ser Trump: supremacistas y muy de raza pura aria. O a ser Hitler si nos ponemos históricas.

Esta gente, que aflora como la hierba en el monte, o las cucarachas en tiempos de humedad y calor, te dicen que están mutilando a los niños, que les hacen cirugías como hacerles un corte de cabello: en 15 minutos y a petición del cliente. Hablan de hormonas, de pedofilia, de trata, de todo lo que pueda causar espanto y horror, para ganar adeptos y, por supuesto, capitalizar. Sea dinero o sea mediaticidad, poder político, recursos para sus AC’s, o un cargo académico o público.

Ser anti-infancia trans es rentable y deja ganancia monetaria o simbólica. Ni siquiera saben qué son los derechos humanos, o no les importan, mejor dicho, los derechos humanos. Les importa tener “la razón”, y que se haga “lo que ellos digan”, o crean que debe hacerse. Si fueran protectores de la niñez no moriría ningún infante en la migración, no desaparecerían niños en el mundo, no habría niños trabajando con abuso y explotación, no habría niños con VIH, no habría menores de edad en el crimen organizado siendo sicarios, no habría infancias violadas por sacerdotes ni por sus tíos o abuelos en las casas, no habría niños sin hogar y sin familias. Habría niños siendo felices, porque ese es uno de los derechos humanos en la cartilla mundial de las infancias: el derecho a la felicidad.

Así que, si pensaban que este texto era para un desgano más, o un alegato con gente rancia acerca de qué es la infancia trans, o si existe la infancia trans o no, o si tengo “argumentos científicos y verdaderos” de verdad verdadera y absoluta, se sientan porque de pie se van a cansar. Los derechos humanos no se debaten ni están a condición.

Hablar de infancias trans, o pugnar por respetar y escuchar a las infancias trans, no va de trasvestirlos, maquillarlos, hacerlos “gays” o “lesbianas”, adoctrinarlos, envenenarlos mentalmente, hacerles cirugías, y darles todos los días un vaso de leche con chocolate en el desayuno aderezado con 500 gramos de hormonas cual si fueran vacas y pollos en las granjas. Sean serios y pensantes, hablar de infancia trans (para quien lo manifieste y exprese, obviamente) es hablar de criar y formar infancias menos traumadas y menos infelices para su vida adulta, respetando hoy su agencia y propia visión del mundo, de su cuerpo, y su sexualidad.

Se trata de acompañar infancias que puedan tener más libertad de la que tuvimos nosotros los hoy adultos, más agencia, más autonomía, dejando a un lado el adultocentrismo y la idea vil y tiránica de criar meras réplicas que nos obedezcan. Se trata de romper ese abuso de que, solo porque los vean chiquitos o “menores”, crean que no son personas y no merecen respeto y libertad para pensar o desear algo.

Hablar de infancias trans es tener humanos menos jodidos emocionalmente en el futuro, con más salud mental de lo que hoy tenemos usted o yo, ¿o me va a negar que actualmente hay tanta gente con depresión, ansiedad, estrés permanente, adicciones, tics nerviosos, insomnio, tdah, asperger, autismo, sólo porque vivieron tanta represión en su niñez, y siempre los obligaron a callar, no pensar, no desear, no hablar de sexualidad, y demás?

Que quede constancia. Las personas trans existen. Las infancias trans existen. El argumento (porque cómo enfadan con eso) lo tienen en sus narices: Las ven, las leen, las miran en la calle, la tele, el cine, en todos lados. Están. Existen. Aunque usted lo niegue y siga queriendo exterminarles. Vaya a terapia y arregle su propio trauma de querer eliminar gente. Que quede constancia.


1 Psicólogo, investigador y activista trans español.

  • infancias trans
  • niños
  • niñas
  • derechos humanos
  • adultocentrismo
  • derechos sexuales

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Frida Cartas

Mexicana que nació en el norte del país. Es ama de casa de tiempo completo, y escritora a ratos. Fue por 4 años tallerista en derechos sexuales y reproductivos de las juventudes, con una perspectiva crítica de género y de clase. Ex-conductora del programa de radio “Altersexual”, el único programa hasta ahora de antropología sexual en la radio pública del país. Es autora de los libros “Onceavo mandamiento”, “Cómo ser trans y morir asesinada en el intento”, y “Transporte a la infancia”. Actualmente colabora en distintos medios de información.