Un segundo 11J: el cumpleaños

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Ilustración por Laura Vargas

Ya no quiero vivir así

da miedo estar en la ciudad

las calles se mueven cual lenguas de serpiente1


Es 11 de julio del 2022. Es el primer aniversario del 11J y todas las personas en la calle lo saben, también la policía. “Mejor no salir” “Mejor quedarse en la casa” “Mejor volver temprano”. Frank Mitchel y yo habíamos quedado con un amigo y su novia en una renta de La Habana Vieja. “Mejor no ir para La Habana Vieja”. Salimos, fuimos a La Habana Vieja, volvimos tarde.

Las patrullas tienen la música más alta que de costumbre. Frank y yo sabemos identificar cuando la policía está de fiesta. Por la noche de 23 se les puede ver bebiendo, cortejando cerveza en mano, y en manada. Hoy no solo están de fiesta, tienen una ciudad casi de ellos, quieren una ciudad casi de ellos, es su día.

En el atardecer caminamos por el malecón junto a nuestro amigo y su novia. Pasa una guagua pequeñita y gris, color policía. Los militares que lleva dentro le gritan algo a la novia de nuestro amigo negro, ella es rubia y extranjera, ella no entendió; Frank, nuestro amigo y yo, elegimos no entender. Preferimos encaminarnos al plan dentro de la casa, comida y conversación. Ya cae la noche, hay cada vez menos civiles y cada vez más policías.

Llegó la madrugada, nos toca irnos en un velado y tácito toque de queda. Sin embargo, tenemos suerte, pasa la 27 que nos lleva directo a la casa. Ya, se acabó el nervio y el día, creemos, vamos sentados en una guagua con las personas justas, en relativa comodidad. En los últimos asientos de la guagua un grupo de adolescentes festeja el cumpleaños de uno de ellos, celebran ambos aniversarios, felices, este también es su día.

Ya en el Vedado, mientras la guagua cruza la esquina de 23 y L, podemos ver a varios policías levantando con violencia a un hombre, seguramente borracho, seguramente sin hogar y seguramente negro, del suelo. Son seis, el hombre no tiene fuerzas ni para entender qué le está pasando. El cumpleañero grita por la ventana un comentario inocente, algo que se refería a la invalidez del acosado. Sonreímos, la gente en la guagua sonríe, hasta que nos damos cuenta de que eso puede tener consecuencias. En una fracción de segundo, pequeño momento de la sonrisa al susto, en el tiempo que le tomó a la guagua cruzar de un lado a otro de la avenida 23, los seis policías están delante de la guagua. No sabemos qué ha pasado con el hombre de antes, seguramente sigue corriendo peligro tirado en la esquina de la calle, pero cuidarlo nunca fue lo importante, ahora tienen una misión de intimidación más divertida.


Las madres no irán a comer

hoy

Sus hijos están en prisión

Por salir a bailar al sol


La guagua está detenida. Nos mantenemos serios todos los que estamos dentro. Uno de los policías, el policía furioso, le ordena al chofer abrir las dos puertas y, abajo, con las espaldas cubiertas por los otros cinco, camina de un lado a otro ordenándole al cumpleañero que baje. “Tú sabes lo que hiciste, tú vas a ver ahora”. El cumpleañero no baja, claro que no, él no ha hecho nada, eso le dice. “No voy a bajar, qué me van a hacer ustedes y por qué” “Yo no estoy loco para regalarme, si me van a meter, vengan a buscarme”. El policía se enfurece cada vez más con las réplicas del cumpleañero, respaldadas por su grupo. Una de sus amigas grita con voz aguda y partida. “Él no ha hecho nada, si lo vienen a buscar nos meten y nos llevan a todos”. En la guagua nadie se mueve. El grupo de adolescentes está sentado justo detrás de nosotros, si suben todo sucederá muy cerca y vamos a tener que defendernos también; si suben, todas las personas que están en la guagua van a tener que tomar una decisión.

En la puerta hay un hombre cercano a los 50 años, negro, iyawó, serio. Cuando el policía furioso ordenó abrir las puertas esperaba que este se apartara por si decidían subir. El hombre no se apartó en ningún momento. “Ciudadano, quítese del medio” “Ciudadano, bájese que si subo va a ser peor”. Agarro fuerte la mano de Frank, mido cada centímetro de la guagua, la disposición de las personas, veo quién puede ser golpeado en el camino hasta los adolescentes. Algo sabemos, también el cumpleañero, no lo deja de decir: si baja lo van a golpear, si suben nos van a golpear.


Y se acabó la paciencia

Se la tragaron dormidos

Se arrodilló el firmamento


Los cinco policías guardaespaldas tienen la misma cara de miedo que quienes estamos arriba. El hombre de la puerta interviene. El policía furioso, por no sabe qué, le pide una y otra vez al cumpleañero que repita lo que ha dicho, para justificarse, para encontrar razones, se sorprende ante todas las negativas: las del cumpleañero, la de los adolescentes que lo acompañan y las del hombre de la puerta ante la orden de que se aparte. El hombre de la puerta le explica al policía furioso que es muy tarde, que toda la guagua está volviendo del trabajo, que el adolescente no dijo nada y que es eso, un niño celebrando, que ellos seguro tienen otra cosa más importante que hacer. “Todos sabemos qué día es hoy, vamos a terminarlo en calma”. La gente de la guagua se siente encabezada y segura por el hombre de la puerta, todos empiezan a decir frases para convencer al policía furioso de que el adolescente no ha dicho nada, nada malo, nada contra él. Somos más. Está toda la guagua haciendo fuerza, estamos en peligro y tenemos que adoptar una postura, estamos del lado del cumpleañero. Tenemos un pequeño territorio móvil de resistencia, también es nuestro día.


Ya no sabemos

parar.


El policía furioso vio resquebrajarse su autoridad, intentó no demostrarlo, intentó aleccionar al adolescente, inconforme, dejó a la guagua seguir. El cumpleañero le gritó algo más de partida, todos reímos en alta voz, había vencido, habíamos vencido. Hubo quien reprendió al cumpleañero, no por lo que dijo ninguna de las veces, no por no bajar, sino por arriesgarse a que los policías le arruinasen la vida y a más de uno dentro de la guagua. “Esa gente te la inventan de la nada” “Si bajabas te iban a moler” “Que me muelan, yo lo que quiero es que se forme” “No se puede vivir así” “Una bolsa de leche cuesta más que un gramo de marihuana, yo bien, ¿pero y mi abuela?” “Nos iban a encender oíste” “Gracias padre” “¿Tú sabes dónde yo estaba en el 94…?” “¿Tú sabes dónde yo estaba este día del año pasado…?”

Desde 23 y L, hasta que Frank y yo nos bajamos, en 12 y 23, pudimos ver y participar de una discusión fraterna. Se relató con risas e imitaciones caricaturescas lo que había acabado de ocurrir; se discutió sobre los límites que debemos y podemos pasar, y los que no; sobre las mejores maneras de actuar y las que no; sobre necesidades y métodos para una sociedad futura y deseada; sobre la experiencia de los mayores, sobre el futuro y arrojo de los más jóvenes; sobre el lugar de cada uno el año anterior y su vida hasta ese nuevo aniversario. Hubo argumentos irrebatibles, abucheos grupales, risas compartidas, en un ambiente distendido y familiar, otra vez, como el año anterior, estábamos juntos en algo. El hombre de la puerta regaló varios caramelos y el cumpleañero tenía más razones para celebrar. Habíamos sanado juntos el miedo por el suceso reciente. Todavía estoy feliz por el adolescente, él y todos en esa guagua, nos sentimos esa noche acompañados. Él ahora tenía más razones para pensar que su nacimiento era valioso, su día iba a ser siempre el más especial.


1 Todos los versos citados son de la canción 11J de Frank Mitchel.

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Cecilia Garcés Expósito

Lectora y tejedora. Edita y escribe. Ha publicado ensayos y reseñas en distintas plataformas y revistas. Graduada de la Licenciatura en Letras por la Universidad de La Habana observando representaciones de la realidad distópica.