Los juguetes sexuales se han abierto paso entre las mesitas de noche de cubanes, jóvenes en su mayoría que, al menos un contacto en Whatsapp se reservan para mantenerse al tanto de las novedades de las sex shop de la ciudad. Sobre todo, luego de la fiebre del Satisfyer, iniciada en el 2020, tras una brillante campaña de publicidad que acompañó el encierro en tiempos de pandemia y disparó las ventas del famoso succionador de clítoris.
Los grupos de ventas, en las redes sociales, abundan, con una alta confluencia en La Habana, aunque no figure entre las actividades permitidas para el trabajo por cuenta propia. Clandestinas, ilegales, algunas bastante especializadas, con hasta diez años de antigüedad, catálogos y criterios profesionales, servicio a domicilio, pagos desde el exterior, “emelecé” y garantías. También hay propuestas de personas que reciben algunos pocos juguetes y deciden comercializarlos libremente en grupos creados para su venta, junto a complementos que no se encuentran en tiendas cubanas: lencería, lubricantes, condones, sets completos de BDSM y todo lo insólito que puedas encontrar en el mercado negro. Los precios son muy parecidos en todos lados. Claro, la moneda dura se encarga también del placer sexual, pocos aceptan moneda nacional. Dimensiones, colores, velocidades, material, descripciones del producto recorren las páginas cubanas de clasificados.
“Los precios oscilan entre 50 y 80 MLC. Las mujeres son mayoría entre mis clientes. No tengo una gran variedad, apenas comienzo. Mucha gente sigue yendo a La Habana a comprar. Creo que soy la primera con este negocio en la ciudad”, me cuenta Lisy, médica pinareña que encuentra en la venta de juguetes sexuales un complemento a su escaso salario. Lisy es la única en todo Pinar del Río que se dedica a esto o, al menos, es el contacto más conocido. Su galería de fotos es bastante sui generis.
“Empecé en este negocio hace un año, casi por casualidad” me cuenta Diana desde Holguín “al principio con algo de temor a las burlas y el acoso, pero, apenas publicar en mis redes, vendí doce artículos y no tuve queja de mis primeros clientes. Comencé vendiendo mercancía que una amiga me facilitaba hasta que, convencida, me monté mi propia Sex Shop. Fuimos las primeras en el negocio y ahora, si buscas, podrás ver que otras pocas personas han comenzado a vender juguetes. El link se regó como pólvora, para mi sorpresa. El pueblo de Holguín sigue siendo partícipe de conservadurismos de todo tipo, pero la gente joven quiere probar otras cosas. Vendo caro, es cierto, pero eso depende del precio en el que coja la mercancía. Por ejemplo, vibradores, succionadores, los implementos por wifi que usan parejas a distancias geográficas considerables, los puedo vender hasta en diez mil pesos cubanos. Lo que es lubricantes, condones, y aditamentos más sencillos, pero escasos, varían en dependencia de la calidad y la disponibilidad en el mercado: mil, mil quinientos, tres mil, son los menores precios que manejo. Así mismo tengo una gran cantidad de clientes en Santiago de Cuba, algunos de Las Tunas, y me piden que me traslade a sus ciudades con, al menos, cinco productos de cada tipo”.
Al ser un fenómeno relativamente reciente no hay nada legislado al respecto, ni para las ventas ni para la entrada de los artículos por Aduana. Ninguna de las personas consultadas tiene patente de ventas. Sin embargo, más allá de leyes y precios, una cuestión importante de estos artilugios es su manejo social. La moderación con la que es tratado un tema que definitivamente debe ser asociado con la salud, sostiene el desconocimiento de una práctica que puede ser tan beneficiosa como perjudicial. Habrá que hacer un apartado para la sociedad habanera con respecto a la de otras provincias. Jóvenes en La Habana, sobre todo de clase media, expresan patrones heterogéneos en su sexualidad que, cada vez más, se orientan hacia el placer y se desentienden de lo reproductivo. Todo esto ocurre cuando, paradójicamente, se refuerza un discurso hegemónico conservador.
“Algunas mujeres se me han acercado con vergüenza, pero los compran de todas formas. Aquí en Pinar el Río no hay cultura de esas cosas, la gente aún ve con recelo el uso de juguetes sexuales. Además, son muy caros, no hay dinero para eso. Muchos de los encargos vienen de personas que me compran desde el extranjero. De Miami sobre todo. Tengo colegas en el trabajo, sobre todo hombres, que se ofenden si hablo con naturalidad del tema. Insisto en que formo parte del gremio médico, donde los tabúes deberían ser menores, sin embargo, ocurre lo contrario. Pero bueno, recordarás que no dimos salud sexual en la carrera”. Lisy me describe brevemente el estado en que la sociedad asimila el tema de la juguetería erótica.
Diana, desde Holguín, cuenta que la mayoría de clientes que se le acercan lo hacen con bastante respeto. Refiere algún que otro percance en redes sociales con hombres curiosos que aprovechan cualquier brecha para el acoso: “He aprendido a manejarlos, ya hasta logro adelantarme a los acontecimientos. Queda mucho camino por andar”.
La juguetería erótica como acto disidente
Las estadísticas demuestran que alrededor del 70 % de compradores de juguetes, son mujeres. Sin embargo, la deformación social con respecto a la sexualidad sigue alejando el cuerpo de mujeres del placer, para relacionarlo a la función de satisfacción masculina, reproducción biológica y reducirlo al mero acto coital basado en la penetración. Aparece, entonces, la culpabilización del placer, cuando se encuentra en los juguetes sexuales una alternativa y una forma de resistencia que representa un cuestionamiento a las prácticas sexuales naturalizadas.
“Comencé sintiendo curiosidad, explorando. Comprendí entonces, gracias a mi Satisfyer, que la sexualidad es mucho más grande que la penetración vaginal. Es totalmente sintomático eso de esperar a estar sola para usar los juguetes preferidos, pocas veces logras convencer a otra persona de incorporarlos al acto sexual. Yo nací en un hogar tradicional, de estos donde hay que llegar virgen a los quince años. No cumplí la norma, pero me sentí culpable por mucho tiempo”. Señala Beatriz, también médica, clienta de Erótica Cuba , una de las sex shops online más conocidas de La Habana.
Por otro lado, la disidencia, entendiéndola en este caso por el uso de juguetes sexuales de forma alternativa, se debe sobre todo a dos fenómenos: el boom del mercado actual y el despliegue de su tecnología cada vez más eficaz (aunque estos juguetes se usen desde que en Roma se coleccionaban falos de marfil y hueso) y la búsqueda de legitimación de un discurso de género desde las propias vivencias corporales. Vemos entonces cómo estos asuntos pasan de la intimidad al espacio público y a la “politización” de lo corporal.
La cara oscura del “orgasmo plástico”
Según IPMARK , revista sobre marketing, publicidad y tendencias, la demanda de productos sexuales en el mundo aumentó más de un 300 % en los dos años de la pandemia. El confinamiento ha estimulado la naturalización de estos productos. Sin embargo, el mercado se enfoca en vender y no en educar. Aparecen entonces los efectos del uso continuado de los juguetes sexuales. La anorgasmia es el peor de ellos. Cada vez es más grande el número de mujeres cisgénero incapacitadas de experimentar un orgasmo, en relaciones sexuales de dos o más personas, a pesar de la excitación y el deseo sexual.
La explicación es bastante simple: el orgasmo “plástico” es más eficaz que el logrado en relaciones sexuales con otras personas. Se condiciona con el uso recurrente de los aparatos y la costumbre de masturbarse de una forma específica, con un estímulo potente y localizado, conlleva el riesgo de que solo se pueda llegar al orgasmo de una manera. El cerebro crea conexiones sinápticas que elaboran un camino más “fácil” para llegar al orgasmo, se vuelve vago y se hace más difícil llegar a él de maneras diferentes. La media de tiempo en que un Satisfyer provoca un orgasmo, con el único gesto de colocarlo en el clítoris, es de dos minutos. Algunas mujeres han alcanzado el orgasmo por primera vez en su vida con este juguete. La anorgasmia, o la dificultad de llegar al orgasmo de forma general, está mayormente relacionada con causas psicológicas, pero en el caso de los juguetes es diferente: las dosis de dopamina que genera el orgasmo de tan corto tiempo crean un hábito en el cerebro. Esto no significa que sea del todo perjudicial, solo que debe ser alternado con otras formas de estimulación menos intensas y menos localizadas.
Por suerte, vivimos en tiempos donde la masturbación no es pecado, el sexo es más que procrear y hay vida más allá del misionero. El uso de juguetería erótica forma parte de prácticas de disidencia. Como fiel expresión de nuestros tiempos, incorporarlas a nuestro concepto de salud y cuidados puede ser muy beneficioso. Aunque parezca fervor del momento, los juguetes han venido para quedarse como maneras de exploración íntima. Han explotado en ventas gracias a un momento tan particular y han tenido un avance de consumo que parece no retroceder, por suerte. Usarlos adecuadamente sería lo mejor, borrar los límites de nuestras experiencias sexuales sabiendo que, junto al placer, hay cuidados que pueden hacernos gozar de todas las alternativas posibles, en libertad.