A Andy
Tenías decidido compartir Ruda en la revista Subalternas
pero prefieres mantenerlo inédito,
no ganaste ningún premio,
porque no se le puede sacar el jugo a una ruda
y eso te lo enseñó una mujer
que tenía un bigote blanco
y te gritó que no tocaras esa planta
porque ibas a secarla y a matarla.
El único placer que encuentro es acariciar plantas.
En la vida existen demasiadas cosas intocables.
Quizá hay otra vida en la que merecí ese premio
para comprarle una casa a mi mamá.
Quizá en otro universo ya eso sucedió
y ahora compramos muebles “en buen estado”
en una página de Facebook.
El único placer que encuentro es ver fotografías de muebles antiguos en Facebook.
Ahora me tomé un clonazepam para roncar,
un ronquido molesto,
que tiene relación con el cigarro.
Tenía decidido escribir la palabra subalternas muchas veces,
porque escribir con la lengua es lo más cercano a eso,
escribir en la cama, mientras ronco y chupo,
lamer toda esa indiferencia que las subalternas se la pasan
por donde más les gritaron “intocable”,
podría tatuarme una ruda,
como mismo me tatué la inicial de mi primo muerto.
Nadie entiende las desgracias de nadie,
porque las desgracias son inexplicables
y te dicen también: intocables.
Dirían que el único placer en la desgracia es no creerla.
El verdadero placer está en tocarlas.
Si en ese universo mi madre tiene una casa cómoda y grande
mi primo sigue enviándome fotos de Balenziaga por Instagram.
No importa cuántos clonazepanes te lleves a la boca,
o cuántos hombres y mujeres ames.
No importa que esas noches y esas caídas sucedieran.
Aún queda decir subalterna para fugarse,
No del accidente,
no de la brújula en el brazo,
sino de la culpa de amar.
Me he sentido culpable por no tener otra cosa que las palabras,
las mías, las rudas, las que sueltan su sonido denso,
porque ronco si he fumado y si he escrito una obra de teatro
suenan densos y agónicos por la obstrucción,
porque tampoco es que respire en sueños esos “quizá”,
sino que a veces,
toco la ruda,
toco la ruda,
toco la ruda,
y se detiene esta catástrofe,
esta cacería del amor y de la vida.
He adquirido cierto pudor por los sofás de las casas que cuido,
una aprehensión dolorosa por lo que han dejado atrás mis amigos
y porque parece intocable decir: una vive aquí y está sola y tiene tatuada una “a”.
El único placer que encuentro es un clonazepam en la tarde.