Supongamos que acabas de salir de una relación en la que no había futuro, lo sabías desde antes… pero alguien te lo explicó después, con muchísimos años de atraso. Pasa que, a veces, nos gusta el challenge, en español de Cervantes, aceptar el reto de cambiar a las personas. Ni que fueras Jesucristo. Nadie cambia a nadie, mima, apréndete eso, así como te aprendiste lo del challenge.
El caso es que ahí estás, con 23 años, pensando que la vida ya no puede golpearte más. Aunque en los momentos de mayor claridad sabes que eres tú quien te has puesto, más de mil veces, en lugar del punching bag. Como sea, llega él y se ve bien, o sea, no, se ve espectacular. Camina hacia ti y no deja de mirarte.
Lo de las miradas nunca ha sido lo tuyo, pero a él que le importa, te busca insistentemente en medio del gentío que se agolpa en aquella cola. Las miradas se cruzan, te guiña un ojo. No sales de tu asombro, el tipo más lindo de todo el lugar y probablemente de todo el planeta ‒así lo piensas‒, te ha guiñado un ojo.
Cuando hablo de planeta me refiero a mi universo tangible, a lo que está más al alcance. A lo que tus amigas le llaman aspirar a mucho, a lo que finalmente puedes lograr si sacas el armamento pesado, la artillería, los mil y un trucos de los que te vales una para llevar el "gato al agua".
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⎯¿Puedo invitarte a salir? ‒sonríe porque sabe que su sonrisa es matadora y porque probablemente le ha traído buenos resultados hacerlo.
⎯Es que… es que yo trabajo hasta las 7 ‒quieres, pero no quieres, como perro de hortelano.
⎯Te espero y de ahí vamos a dónde tú digas.
La Habana es demasiado como para elegir un lugar, pero no te resulta desconocida, tampoco a él. La sonrisa no se desdibuja y va calmando tus tormentas. Conoces el Malecón, económico y público, no te va a llevar a situaciones incómodas. Incómodas a veces no es lo mismo que indeseadas. Asumes que este tipo sólo te querrá para una noche, los que se ven así pueden tener a la que quieran y, en fin, tú no estás mal, pero él está… Como dice mi vecina, buenísimo pa´ comer con yuca.
Después de esa noche de Malecón vendrán otras y te pide ser novios y te acompaña a tu casa y quiere conocer a tu familia. Le cae bien a todo el mundo, no únicamente porque se ve bien, también porque a la gente le parece que te quiere mucho, que nunca te han querido tanto, que tendrán en el futuro hijos hermosos.
Tú sabías que era policía, pero en ese momento ser policía no era tan malo. Sobre todo, porque era de los duros, de los que salen en Tras la huella, de los que con sus poderes reunidos pueden más que convocar, salvar al planeta, si se lo proponen. Él no es de La Habana, es de Pinar o de Artemisa, creo que ahora ese lugar pertenece a Artemisa. Y así vas, feliz de tu suerte por encontrar a alguien que de pronto te quiere tanto y te dejas querer, porque hace bien de vez en cuando.
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Dios y el universo te mandan la primera señal. Llega a casa con el cuento de una muchacha que estuvo como 20 días en no sé cuál estación para hacer una denuncia. Ahí la dejaron olvidada hasta que pasaron los signos de violencia en su cuerpo, por lo menos hasta que fueran menos perceptibles ¿Y entre tanto? Entre tanto “se la pasaron” como 20 policías, uno cada noche.
⎯¿En serio? ¿Esas cosas pasan en Cuba?
⎯Claro amor, claro que pasan.
A ti no te cabe en la cabeza y piensas mucho en esa pobre chica, que no tiene a nadie que la busque, porque ni carnet de identidad posee. Luego él te cuenta que la llevaron al Hospital Psiquiátrico y únicamente pueden atenderla doctores y enfermeras mujeres, porque al primer hombre que se le acerca lo único que hace es gritar.
⎯¿Y los violadores?
⎯¿Qué violadores, amor? Es una mujer de la vida, a las mujeres como ella no las violan, eso es normal para ellas.
⎯¿Y por qué está loca, entonces?
⎯¡Ah no! esa estaba loca desde antes. Ya no pienses más en eso.
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Era primer teniente, encantado de serlo. Se había unido a la policía para enfrentar lo mal hecho. Porque, aunque la policía es un órgano represivo en cualquier parte del mundo, aquí la policía lucha contra lo mal hecho.
⎯Es más, aquí un policía es como un superhéroe. Tú puedes vivir tranquila, mientras estés conmigo, nadie se va a meter contigo.
Siempre hacía la historia de cuando se hizo policía, cuando unos bandoleros asaltaron y mataron a un amigo. Entonces lo supo, tenía que enfrentar lo mal hecho.
Llega la noche de espanto. Él quiere y tú no, estás cansada, pero él quiere. Tú sigues diciendo que no, pero él quiere y lo hace y termina adentro, aunque no es lo pactado. Termina adentro, aunque tienes miedo y sabes que después de esa noche ya nada será igual.
⎯Me forzaste.
⎯¿Qué es eso de que te forcé? Yo soy tu marido.
⎯Sí, pero me forzaste y te viniste adentro.
⎯No va a pasar nada y si pasa, lo asumimos, ¿qué problema hay?
⎯Pero me forzaste.
⎯¿Y qué harás? ‒piensa que es broma y se ríe- ¿Se lo vas a contar a la policía?
Y luego, claro, embarazo, legrado, y todo lo demás. Porque cuando lo llamas y le dices que, efectivamente, estás embarazada te responde “ah, pero eso no es mío. Sabrá Dios de quién será. A mí no me vuelvas a llamar”.
Sabrá Dios por qué te metiste en una relación con un policía. Sabrá Dios por qué creíste que tenían pinta de superhéroes, que pueden protegerte de todo, que contar una historia diez años después te ayudará en algo, por lo bajito, a exorcizar la tristeza o las ganas de volver al día de la terminal para no corresponderle el saludo.
Sabrá Dios si por eso ya no eres la misma con los hombres, sean policías o albañiles. Y ahora, que estás criando a un futuro hombre, piensas en aquel bebé no nato, al que integraste con un tatuaje en tu cuerpo, para que no se te olvidara. Aunque sabías que no olvidarías aquella vez cuando fuiste tan estúpida como para creer en la promesa de un policía, que debe ser tan fugaz como la de un marinero.
A cada rato lo recuerdas, aunque no quieres, en el lugar donde entrenaba haciendo abdominales y punching bag para golpear más fuerte, o para tener muchísima más fuerza de la necesaria para sonreír en el desayuno el día que le dijiste que no, que no querías hacerlo.