Otra novia para David. Reflexiones sobre (h)amor8 gordo

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Ilustración por Laura Vargas

(h)amor8 gordo (2023), tesela indispensable dentro de la colección La Pasión de Mary Read de la editorial Continta me tienes , es un compilado de textos contra la gordofobia y la violencia estética coordinado por Tatiana Romero. Su particularidad no reside tanto en lo que plantea sino en la forma en que lo hace, en los corrimientos de tierra y carne que genera tras su lectura. Porque sobre el contexto ya sabemos lo que hay. Vivimos en un entorno que intenta patologizar y aniquilar nuestros cuerpos de todas las formas posibles. Cuerpos asesinados. Cuerpos violados. Cuerpos torturados. Juzgados, sometidos y opinados. Cuerpos que pasan, desde el instante en que la ecografía o la matrona nos sexa y determina con una palabra, a manos de un conglomerado político contra el que tendremos que luchar mientras vivamos. Incluso después de la muerte. Incluso contra nuestro propio pasado. Pero, como señala Irantzu Varela, “ser gorda es otra cosa. Es verte y no reconocerte. Es aplazarte”. Habitar una zona imposible y temporal donde se está sin permiso, condicionada a embutir tu cuerpo y tu pensamiento entre los férreos moldes de otros.

En los textos quedan convocados los ejes centrales de la existencia gorda. El marcaje de la violencia estética durante la infancia. La perversa relación entre nuestras sexualidades y el mandato normativo. El vínculo que sostienen colonialismo y poscolonialismo con la producción de cuerpos dóciles. La culpabilización en torno a la gordura como criterio médico inapelable, que añade, como indica Marta Plaza, otro peso sobre unas espaldas que ya resisten al límite. Pero también las cuestiones de la representatividad y el deseo, donde se abren, quizás, las grietas de rabia organizada más penetrantes del libro.

(h)amor8 gordo cimienta una parte de su esencia en el tránsito final de la infancia de quienes lo escriben. Ese paso donde, siguiendo a Enrique Aparicio, “las normas del mundo se aplican con toda su crudeza”. También en la intención, declarada por Liz Misterio, “de hacerle saber a las niñas gordas que merecen ser por fin vistas, escuchadas, reconocidas y sanadas”. Un libro desgarrador que solo puede leerse entregando el cuerpo, que me devolvió sensaciones retráctiles, resbaladizas, medio olvidadas a base de voluntad, pero que están adheridas de un modo indefectible a mi forma de estar en el mundo y a mi memoria.

Según el vocabulario sinuoso y alusivo de los mayores, fui una niña “pasadita de peso”. Una niña cuyas virtudes siempre quedaban manchadas con ese “pero” al que nadie se enfrentaba. Habría preferido ser traviesa o mala estudiante, pero era “gordita”, y eso parecía ser lo peor. Recuerdo una especie de aversión a mi propio ser fraguada en aquellos años. Recuerdo a las mujeres adultas huyendo de la gordura como deberían haber huido de las relaciones envenenadas. Recuerdo a la cantante Maggie Carlés confesando en televisión que estaba haciendo una dieta estricta para dejar atrás la gordura, como si el cuerpo de Maggie Carlés, más que su voz, fuera lo que el público exigía al otro lado de la pantalla. “Vivo en un cuerpo”, escribe Tess Hache, “que es ejemplo de cómo no quieren que sea el tuyo”. En esa ocasión, Maggie dijo que tenía una lata de leche condensada escondida bajo la cama para sobrellevar la tortura del hambre y aquel gesto suyo me encantó. La leche condensada, convertida ya en bien de lujo, capricho de diosas, me distrajo de la humillante disección que se estaba haciendo a escala nacional del cuerpo de una mujer que me gustaba.

Después vino la época del Periodo Especial y las top models. Los años del 90-60-90 que nos animalizaba por fuera y nos destruía por dentro. De las imágenes de Claudia Schiffer, Cindy Crawford y Naomi Campbell que viajaban por el mundo con tanta impunidad que hasta lograron sortear el bloqueo norteamericano y penetrar en el mapa cultural cubano de los 90. De un lado estaba el hambre, junto a la explosión del turismo sexual que vivió Cuba en esos años, y la cosificación extrema de las mujeres. Del otro, un espejismo importado de opulencia y perfección que incluía, por fuerza, la delgadez. Pero al contrario de lo que pasaba con otras formas de ideología, aquel imaginario estético organizado durante décadas a través de las revistas de moda y cotilleo, jamás fue tachado de “diversionismo ideológico”. Alguien las traía de Europa y luego pasaban de mano en mano, alquiladas por unos pocos pesos, entre centenares de mujeres que escapaban con ellas de su cruda realidad. Era su distopía, similar a la que construye en el libro Alicia Santurde con su hotel incorpóreo. Las revistas mentían acerca del proyecto estético en que podías llegar a convertirte, en el que debías convertirte, daba igual que la llamada a ese deber se produjera en un territorio arrasado.

Mientras mi carne se estiraba y la piel rosácea de las estrías aparecía como un queloide inverso e imborrable, mi pensamiento también estaba siendo moldeado por otras cicatrices invisibles. Marcado a hierro candente como el tierno pellejo de un animal. Lucrecia Masson Córdoba analiza la relación entre gordura y animalidad, una perspectiva que engarza con la terminología ganadera que también se aferra al cuerpo humano. Sexar, herrar, engordar, palabras que evocan categorizaciones del mundo bajo la mano del hombre.

En cuanto a la representatividad, resulta imposible negar hasta qué punto la gordofobia nos define, y a nuestro contexto contemporáneo. Más allá de las teorías y las mejores intenciones, estamos contaminadas de ella. Dice Komando Gordix que “nadie es solo una persona gorda”, y es cierto. Pero cuando la gordura se hace patente en un personaje de ficción desplaza cualquier otra característica, vivencia o preocupación a un segundo plano. La gordura delimita, constriñe y mapea. Y que sigamos alimentando acríticamente esa mirada, no hace más que dar cuenta de cómo la producción/creación y el consumo artístico y cultural son también presas del pánico, del terror, de la fobia que tenemos masivamente a salirnos del molde de los cuerpos-bien, esos que detentan el privilegio del “capital erótico”, pues como señala Tatiana Romero: “capital erótico se traduce en capital social”.

La cuestión es que, cuando engordas, tú también evitas el instante de chocar contra el espejo. La cuestión es que, cuando te ves un poco más vieja, no quieres mirarte ni en fotos. Te niegas. Te autodestruyes. Y disimulas. Nos han enseñado que resulta más fácil esconderse. Recuerdo fragmentos de Love, again, de Doris Lessing, en los que la protagonista, una sexagenaria afectada por el retorno turbulento del deseo sexual a su vida, reconoce que cuando se masturba solo es capaz de excitarse con su propia imagen de joven, cuando las carnes estaban en su sitio. Recuerdo la película cubana Una novia para David, de Orlando Rojas, que cuenta el enamoramiento entre David y Ofelia, interpretada por María Isabel Díaz, y el pulso que acompaña todo el guión. Por momentos se consigue presentar a Ofelia como una muchacha cuyo físico no puede despertar en David compasión sino deseo, pero el peso sociocultural de la tradición estética hace que el pendular hacia esa nueva posibilidad no llegue a consolidarse nunca ‒aunque el amor parezca triunfar en última instancia y quede para los anales aquella versión inmejorable de Elena Burke cantando el Ámame como soy de Pablo Milanés. Una novia para David terminó siendo una película contra la gordofobia que sucumbió a lo que pretendía criticar. Como si las lógicas que atacan la gordura per se, no pudieran llegar a subvertirse. Como si no comprendiéramos el entramado que conecta las derivas del control social con la manipulación y domesticación de nuestros cuerpos y nuestras autopercepciones.

En las antípodas de esa sumisión, formando las “barricadas de esas geografías desobedientes” que refiere Gabriela Contreras en sus poemas, encontramos una resistencia gorda plagada de belleza y capacidad de litigar el relato y el derecho a mostrarse. El ejemplo de Danza voluminosa, la compañía de ballet fundada por Juan Miguel Mas, que busca provocar al espectador desde una estética no convencional, a través de coreografías que no renuncian a la exigencia de los movimientos perfectos, pero donde la realidad material y los límites del cuerpo que baila, siempre gordo, tiene prioridad sobre la pose. O la literatura de Yolanda Arroyo Pizarro, protagonizada por cuerpos reales y honestos que se desnudan con avidez. En sus textos no hay cabelleras lacias ni seres apolíneos. Hay política en el rizo, en la carne que goza y sufre. Hay erótica y sexualidades abiertas, cambiantes como las nubes y las dunas del desierto. Hay raudales de amor y terribles escenas de abandono. Hay género y poder en verdadera disputa.

Si lo que se pide a un ensayo, o a un texto de no ficción que pivota entre distintos géneros, es precisamente que plantee alguna cuestión irresuelta y trémula como las carnes de un cuerpo verdadero ‒en lugar de pasar por encima como una apisonadora de certezas‒ este libro lo cumple con ganas. (h)amor8 gordo indaga en los mecanismos del deseo, los arrastra hasta su territorio de carne, lágrimas y dudas, los revuelca entre la inseguridad y la culpa, entre el dolor, la rabia y las nociones políticas que van liberando, poco a poco, nuestro horizonte común. Propone el final del silenciamiento y el inicio voraz de un montón de preguntas. Al quitarse la máscara con tanta crudeza consiguen desenmascarar al resto del mundo que mira, obnubilado e inquieto, la propuesta emancipatoria que aquí se contiene. El libro es un arma política y afectiva contra el rechazo permanente de nuestras geografías humanas. Es una joya y una bomba a la vez. El (h)amor gordo es el futuro.


Componen el libro:

“En mi foto con más likes en Instagram estoy flaca”, Irantzu Varela.
“Tortugas, vacas y ballenas cayeron sobre su rostro”, Lucrecia Masson Córdoba.
“Hotel Xenocorpórea”, Alicia Santurde.
“Marica gordo, gordo marica”, Enrique Aparicio.
“El amor gordo es un amor en lucha. Conversaciones sobre el amor gordo a seis voces”, Komando Gordix.
“Cuerpo(s)–Hogare(s)”, Tess Hache.
“¿Cuál de todos estos cuerpos seré yo? (La psiquiatrización violenta ‒también‒ de nuestros cuerpos)”, Marta Plaza.
“Cuerpo Quelonio. Anatomía de una escritura tortuguil”, Gabriera Contreras.
“Ni princesas ni magical girls: devenir heroínas gordas en un mar de representaciones magras”, Liz Misterio.
“«Gente bonita». Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa”, Tatiana Romero.

Bibliografía:

Tatiana Romero (coord.) (2023). (h)amor8 gordo, Continta me tienes. ISBN: 978-84-19323-09-5.

  • corporalidades
  • gordofobia
  • imaginarios estéticos
  • violencia estética
  • feminismos
  • deseo

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Vivi Alfonsín

Escritora y activista. Escribo narrativa y no ficción enfocada a los retos de la justicia social a través del arte y la literatura. Mi trabajo propone una crítica feminista al racismo y a las estructuras permanentes de la colonialidad.