¿Nuevas masculinidades? No, gracias.

Imagen Principal del Artículo
Ilustración por Laura Vargas

Me levanto temprano, como cada día tengo que trabajar; es lo que tiene ser pobre. Yoel me trae el café recién colado, bebo y me fumo un cigarro mientras reviso mis redes sociales. Entre mis primeros pensamientos viene la responsabilidad de cocinar en la noche. Odio cocinar, pero me toca. Desde hace un tiempo establecimos un régimen donde cocina un día él y otro yo. Él lava, yo limpio, entre los dos recogemos la ropa, que bien puede estar 72 horas tendida y 48 más sin doblar.

Esta dinámica ha surgido después de 6 años que llevamos juntos. Al principio no era así. El patriarcado impone una serie de responsabilidades a las mujeres que son difíciles de desmontar y desnaturalizar. Aún con la normalización de las tareas compartidas en la relación, él, como cualquier otro hombre, siente que me “ayuda” y no que es una responsabilidad. Se podría pensar que nunca íbamos a llegar a este punto.

Cuando lo conocí, Yoel no sabía ni freír un huevo. Mi rutina, cargada con trabajo y universidad hasta las 9 de la noche, le obligó a aprender; porque si no, no comía. De igual modo, podía quedarse sin ropa limpia, cuando me pasaron la universidad para los sábados y yo no podía lavar. Él eligió casarse con una feminista, o me amaba o me dejaba. Porque no, no existe la posibilidad de que yo ame a un hombre que no me “ayude”.

Una va aprendiendo mientras lee, conversa y escucha que es difícil desmontar el patriarcado, no por gusto en Cuba seguimos esperando una ley de género. Hay quienes les llaman a comportamientos como el de Yoel – que entiende, comprende, empatiza y respeta– “nuevas masculinidades”. Yo no sabría cómo llamarles. Obviamente, es genial que intenten ir por el camino de la responsabilidad, que se comprometan y repiensen sus privilegios. El problema es cuando se quedan en lo superficial, el postureo, porque ser percibido como “deconstruido” está de moda. Ahí es cuando la cosa se enturbia.


¿Nuevas masculinidades?

Hace más de 30 años se viene hablando de las nuevas masculinidades. Decirle “nuevas”, en mi opinión, no es apropiado. Sin dudas, la masculinidad ha cambiado, no es ni de cerca la que teníamos hace años. Su forma de expresarse socialmente pudiera ser novedosa, pero no quiere decir que necesariamente haya una mejora. Nuevo, no es sinónimo de mejor.

Cuando hablamos de nuevas masculinidades se piensa en una transformación profunda interior, con una mayor conciencia de privilegios, en la detección y posterior rechazo a las desigualdades y, por supuesto, la disminución de las violencias machistas. Se habla de un progreso que no es tan palpable en acciones. En realidad, creo firmemente que esa “novedad” es la forma que ha encontrado el patriarcado/machismo de reactualizarse y reforzar jerarquías de géneros.

Son hombres que utilizan, a conveniencia, elementos que históricamente han pertenecido a la expresión de cuerpos feminizados: se pintan las uñas, usan faldas, se preocupan por lo emocional, apuestan por una lucha activa contra la violencia hacia las mujeres y la discriminación por razones de género, etc., pero pocas veces se cuestionan cuánto contribuyen a que se mantenga esa dominación. Celebran nuestros logros profesionales y personales, pero no soportan ver un espacio dirigido por mujeres. Son los que necesitan la validación de la manada. Viven en un mansplaining1 constante; tan sutil, que no puedes siquiera acusarles. Entonces, eres la que no sabe tomar bien las críticas, la histérica, la loca.

Preferiría que, al menos, logren entender su posición dominante, aunque no escondan su machismo; que sepan que en materia de igualdad están por encima unos cuantos escalones. Estoy de acuerdo con machacar a aquellos que utilizan a su favor el feminismo y los nuevos modelos de masculinidad para hacerse un huequito de éxito o para ejercer violencias disfrazadas y mantener privilegios de otra clase (ligar más, resultar más atractivos, más aceptación social, etc.). Tras lo de "nuevas masculinidades" se siguen escondiendo hombres dominantes y agresores, no nos engañemos. Asumir como un gran cambio que ahora sean más sensibles, conscientes y empáticos no implica la ruptura de dinámicas opresivas.

***

Levanta el día y ya estamos en el trabajo. Contrario a lo que cualquier relación quisiera, nosotros nos pasamos el día juntos: vivimos, trabajamos, almorzamos, tomamos café, salimos, etc., casi siempre de manera conjunta. En la sobremesa, después del almuerzo, siempre surgen temas de debate con nuestros compañeros de trabajo. Una amiga bromea con que Yoel antes de hablar repiensa lo que va a decir. Él bromea con que, en efecto, si no, yo le saco tarjeta roja a cada acción o comentario suyo. No es mi intención desacreditar su esfuerzo. Que lo intente ya es un avance a considerar. Entiendo que le sea difícil desprenderse del sistema patriarcal y machista que también sufre.

La mayoría de los hombres están acostumbrados a no expresar sus sentimientos, a que los hombres no lloran. El modelo tradicional les exige la invulnerabilidad y, por ende, un posicionamiento de poder por encima de las mujeres, incluso sobre otros hombres. Y eso, además de injusto, es una carga que genera dolor, frustración e insatisfacción.

Yo aliento a Yoel a que explore sus fragilidades, a que exprese sus sentimientos, a que dé rienda suelta a esa sensibilidad, a veces tan contenida, o que solo surge, en ocasiones, en la esfera familiar. Pero también a que tenga la responsabilidad de informarse y formarse, de escuchar y empatizar con las mujeres que tiene alrededor. El compartir las tareas del hogar, no ser violento, ganar menos económicamente que yo, etc., es cierto que no le incluye en el modelo de la masculinidad hegemónica, pero Yoel no es la norma.


El hombre nuevo

Este modelo de “hombre nuevo”: más considerados, alternativos, más atentos a las emociones, menos agresivos al expresarse verbal y corporalmente, me chirría. No sólo porque consideran que siendo así ya están “más allá” del machismo, sino porque no entienden que el cambio no es una cuestión individual. El objetivo no es que haya 10 hombres menos machistas, porque la trampa está cuando se les revaloriza individualmente por un supuesto cambio moral.

Aunque esa masculinidad sigue cotizando en algunos sectores y es la que tiene el liderazgo cultural, actualmente la dominación ya no la ejercen solamente los hombres rígidos, insensibles, poco comunicativos, sino también aquellos que son respetuosos, educados, amables, sensibles. Estos hombres se consideran igualitarios, sin embargo, muchas veces no son conscientes de sus privilegios, ni de las situaciones de desigualdad que sufren determinadas mujeres, ni se las cuestionan íntegramente.

Con sus nuevas maneras de mostrar la masculinidad, aparentemente más cercanas a la idea de igualdad y equidad, se quedan solo en la superficie. Los cimientos siguen siendo, en exceso, conservadores y machistas. Que un hombre encarne nuevos valores en medio de lo establecido socialmente como masculinidad, no es deconstrucción per se. La deconstrucción no es un proceso inmediato, por el contrario, es lento y siempre inacabado. Por eso, si nos quedamos únicamente con la versión pública de esos hombres, tendremos una visión demasiado limitada para saber, por ejemplo, cómo ejerce su masculinidad en lo conocido como “privado”, ámbito en el que más se notan los (micro)machismos.

Habría que ver qué piensan al interior, qué opinan en sus reuniones de fraternidad, allí donde el pacto patriarcal se fortalece. Estos hombres también piensan que las mujeres debemos ser medidas, pudorosas y sumisas en relaciones de pareja. A su vez, se venden como abiertos, despatriarcalizados, poliamorosos, pero ¿qué tal con la transparencia?

Recomiendo tener mucho cuidado con los supuestos aliados feministos y los mesías de la nueva masculinidad. Hay mucha fachada en eso. Es fácil vender nuevos modelos éticos, pero luego la vida cotidiana y política es mucho más dura de cambiar.

Resulta urgente que los hombres heterosexuales revisen sus formas de vincularse con las mujeres, pero también con otros hombres. Repiensen la masculinidad y todas esas reglas y mandatos que han aprendido. No se trata de renunciar a su identidad, sino de resignificar lo que implica ser hombre. De tensionar los límites de ese molde que se llama masculinidad y cargarla de nuevos sentidos. Se trata de un reclamo urgente de nosotras las mujeres, y de una oportunidad para vivir un poco más libres.

***

Ya llegamos a la casa, me dirijo a cocinar, pienso en todos los pendientes que tengo, mientras Yoel está acostado viendo la televisión. Me da ansiedad; sé que no me va a dar tiempo hacer todo lo aplazado por mi rol de cocinera. Hoy, una vez más, tendré que acostarme a altas horas de la madrugada mientras Yoel duerme a piernas sueltas. En definitiva, mañana volveremos juntos a trabajar. Él seguirá siendo —por suerte— un hombre comprensivo, amable, deconstruido, que “ayuda” y no es violento. Yo, sin embargo, seré la que saca tarjetas rojas.


1 Práctica de un hombre que explica algo a una mujer de una manera que demuestra que él cree que sabe y entiende más que ella.

  • nuevas masculinidades
  • ayudas
  • responsabilidades
  • privilegios
  • patriarcado
  • deconstrucción

Comparte

Link del artículo copiado

Foto de Perfil
Laura Vargas

Venenosa, feminista, estúpida en mis ratos libres y CM a tiempo completo.