Les bugarrones

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Ilustración por Librada González Fernández

El verano neoyorquino me ha transformado en Annia Linares. Soy ella desmontando un camión en la terminal de Santa Clara: sofocada, resplandeciente; manoteando y chancleteando vestida con bajichupa. Así recuerda mi madre a la cantante, acordándose de aquel día que la vio por única vez con su pelambrera de diosa y, desde entonces, he transexualizado esa imagen ochentera en mi mente.

Mi camión es la línea D del subway y aterrizo en la 42 y la Quinta Avenida para subir a la Biblioteca Pública. Ya no pido disculpas por encarnar la feminidad que castigaron en mi niñez; llevo los ojos fijos adelante y voy marcando el ritmo de Lluvia de alfileres al caminar. Atravieso un montón de turistas distraídes con las rosetas del techo y un vejigo indiscreto frunce el ceño mirándome. En el pasillo largo entre las mesas de estudio, el último tramo para llegar a los archivos de la biblioteca, soy la primera mujer. Soy Eva, cual fresca y desconocida visión, caída del cielo y enredada entre bejucos tropicales, soy una cuerpa trans tratando de navegar un espacio público casualmente.

Los ojos que me acosan en el pasillo no son nada nuevo; tampoco es el momento más incómodo que me ha tocado vivir, como mujer trans, en la biblioteca. He tenido que falsificar documentos para que me dieran un carnet con mi nombre e ignorar las humillaciones de algunes archivistas para poder tener acceso a mi propia historia.

A veces soy la persona más joven metida en los archivos; casi siempre la única transexual. Tal vez sea por siempre haber sido pobre o siempre haber sido loca que ahora puedo vivir rodeada de tanta violencia. De Cuba traje la virtud del invento y he tenido que inventarme una historia personal para entender mi lugar en el tiempo. Sobre esa precariedad decidí construir un archivo y, llenándome de audacia, como lo hace un hombre cis sin pensarlo, me bauticé yo misma historiadora cuir.

Tres años de introspección en la biblioteca dieron vida al Archivo Cubanecuir en 2019, un esfuerzo para priorizar la memoria de personas como yo. Merecido descanso otorgo al pensamiento martiano, las crónicas de guerras mambisas y hagiografías de la Sierra Maestra. Donde dijeron que no existían pájaras pongo un silencio y espero a escuchar las voces de mis ancestres.

Ya no quiero héroes de Revolución.
Ninguno de ellos era maricón.
No me den fusiles, rifles o machetes.
Mataré más hombres con un par de aretes.

La academia es muy celosa con la historia oficial que ha construido y atreverse a imaginar una versión de la cubanía sigue limitado a sus especialistas. Quizás, pensando que sin una definición absoluta de lo que significa ser cubane Cuba no existiera, continúan ese hegemónico ejercicio de la gallina o el huevo donde no caben pájaras ni tortillas.

La cubanología, o Cuban Studies como le dicen en la yuma, término que no voy a diferenciar de lo que en Cuba llaman historia, es el campo donde se legitima la CIStoriagrafía y donde se blanquean y borran las contribuciones de todes nosotres supuestas “minorías”. Los centinelas a cargo de proteger esta narrativa oficial son les cubanólogues. Pero no vengo a estropearle la pincha a nadie; las hazañas de Martí y el Che me tienen sin cuidado. Si estoy obstiná’ es porque a algunes no les basta con cubanologuear heterocismente, sino que pretenden desde su privilegio definir la cultura cuir y trans cubana.

En ese empeño por contar plumas a su manera han desarrollado una nueva rama: la pajarología. Se ponen a pajarologizar, que en realidad es patologizar, porque es lo único que llegan a hacer cuando hablan de una comunidad sin entenderla. Les pudiera decir pajarólogues, pero escribo para que mis amigas me entiendan, así que aludo a elles por su nombre callejero: les bugarrones.

Tocan tarde y te asomas a la puerta. Son como dos o tres de la mañana, las horas del espanto. Viene quien no te mira en la calle de día a decirte “Mami tú me gustas” y “Delante de mis socios no pude decirte nada”. Ilusionada regalas tu virtud, tu flor, el búcaro ‒todo‒ y llegas al momento del trance, pero elle ya se vino y se fue…

El resto del cuento se lo saben las desdichadas y, contándome entre ellas, me resulta fácil reconocer a estos personajes. Les bugarrones de la academia vienen a verte desnuda: tus teorías, tu obra, tu experiencia; pero elles ni maman ni se quitan la ropa. Al final, no importa cuán placentero les sea el encuentro, siempre se van sin reciprocar. A veces el llamado a la puerta es de forma virtual: un mensaje privado por Facebook en el que vienen a pedirte opiniones sobre la experiencia trans, o a preguntar dónde encontraste alguna parte de tu investigación. Eres para elles lo suficientemente atractiva para singar, pero no para formar una relación. Saben lo valiosa que es tu perspectiva, aunque no lo reconozcan. Admitirlo les obligaría a darte el crédito que mereces.

Les bugarrones existen en la academia, pero igual en el mundo del arte, la ciencia y hasta en el cine. En 2017 David France dirigió The Death and Life of Marsha P. Johnson para Netflix utilizando el material de archivo recopilado por una cineasta trans. A través de una aplicación para obtener fondos que envió Tourmaline (entonces conocida como Reina Gossett) para financiar su película Happy Birthday Marsha, France obtuvo los contactos y material de investigación que utilizó para producir su propio documental sobre Johnson. También convenció a la plataforma Vimeo para que eliminara un video histórico de Sylvia Rivera que Tourmaline había liberado de un archivo institucional y subido a dicha plataforma. A pesar de que este plagio ya ha sido denunciado públicamente, nada cambia el hecho: un hombre gay blanco fue el principal beneficiario de todo el esfuerzo dedicado a rescatar la memoria de un ícono trans, mientras que una activista negra transfemenina como Johnson enfrentaba dificultades para pagar su renta.¹

La historia de las personas LGBTI en Cuba ha sido contada por todo tipo de narradores: gays extranjeros analizando a los gays en Cuba (i.e. Iam Lumsden, Moshe Morad), cubanos heterocis hablando de la homosexualidad en Cuba (i.e. Victor Fowler, Abel Sierra Madero), mujeres heterocis explicando el travestismo y la transexualidad cubana (i.e. Susana Peña, Mariela Castro), hombres gays cubanos analizando transgresiones de género (Severo Sarduy, Julio César González Pagés), e incluso personas trans de Norteamérica hablando por las personas LGBTI en Cuba (i.e. Leslie Feinberg).

Más aún, todes les autores mencionades han discutido y analizado en algún momento la historia trans de Cuba. Sin embargo, ¿por qué no tenemos una versión oficial del pasado desde una perspectiva trans cubana? Para obtener la respuesta basta con considerar que uno de los más reconocidos narradores de la historia cuir cubana es un hombre cis-heterosexual.

Abel Sierra Madero ha publicado dos libros y más de una docena de artículos discutiendo temas como el homoerotismo, la homofobia en las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), y hasta historia de la terapia de hormonas y cirugías de confirmación de género en la isla. A principios de la pandemia, cuando Archivo Cubanecuir cumplía apenas cuatro meses, recibí un mensaje del autor por Facebook donde me pedía información bibliográfica. Varias semanas después me escribió de nuevo, esta vez pidiéndome información sobre un video que se había vuelto viral. Entendí que estaba al tanto del contenido que iba publicando en Cubanecuir y, sin embargo, no seguía al archivo en ninguna red social. Había compartido con Sierra Madero detalles de mi propia investigación con la esperanza de entablar una relación profesional mientras que él ignoraba mi solicitud de amistad en Facebook.

Decidí no regalarle más información y con el tiempo comprendí lo dañinos que eran sus textos para la comunidad LGBTI, pero en especial para la gente trans. Aunque admiro su capacidad como uno de los investigadores más prolíficos en el campo de la historia cuir, también sé que los análisis que ofrece como complemento a sus hallazgos son sumamente ignorantes. Un ejemplo aparece en su último libro escrito en 2022 donde afirma que “[la hormonoterapia] tiene una gran significación en la construcción histórica de la homosexualidad”.² El autor describe a las personas en su ensayo como “hombres homosexuales”, “cuerpos gays”, “sujetos queer”, “locas”; mientras evita utilizar términos como “trans” o “transexual”, salvo por una referencia a la española Bibi Andersen. Me pregunto por qué un doctor especializado en estudios de sexualidad decidió ofuscar la relación tan intrínseca entre la terapia de reemplazo de hormonas y la historia trans(exual). Entiendo que no es cuestión de rigor histórico por su uso de “gay” y “queer” para hablar de eventos durante las primeras dos décadas de la Revolución. Sé que la terapia de hormonas no estaba disponible como método de transición de género durante este tiempo en la isla. También, que muchos de los sujetos en las UMAP y durante el éxodo del Mariel se identificaban como hombres. Sin embargo, me es imposible negar la existencia de personas trans durante estos años cuando conozco personalmente a “marielitas” que optaron por comenzar su transición hormonal al llegar a EE.UU. Incluso, sin conocerlas, jamás me atrevería a borrar la posible existencia de aquelles que no se identificaban con el género que les asignaron al nacer. Términos como “pájaro”, “maricón”, etc. solían ser más expansivos años atrás e incluso tenían codificaciones tan articuladas como las que tenemos hoy. Decir “pájaro”, “pájara”, “pájara fuerte” o “pajarita” evocaba entonces tonalidades distintas según el sujeto y su proximidad a lo femenino.

Si es verdad que les académiques heterocis han contribuido a desenterrar gran parte de nuestro pasado, también es cierto que han tenido más acceso a esa información que sus propies protagonistas. Construir una versión de la historia requiere tiempo, educación, acceso institucional, y fondos para divulgarla. Y como para nosotres es un privilegio realizar algo tan básico como cambiarnos el nombre o conseguir hormonas (especialmente dentro de la isla), seguimos en gran parte silenciades. La historia oficial es el juego hegemónico de les bugarrones de la academia, donde elles llevan la ventaja, con reglas diseñadas para que elles te descubran, para que seas siempre sujeto y nunca quien define.

En otra ocasión, Abel Sierra Madero, fue invitado a un debate en la plataforma 11M. Yo me rehusé a asistir y expliqué a les organizadores mi postura, pero aun así decidieron seguir adelante con el programa. Durante la última parte del evento, la moderadora confrontó al historiador sobre sus prácticas de apropiación citando un intercambio que tuve con ella. Este respondió con un proverbio de Eduardo Galeano diciendo: “Hasta que los leones tengan (...) historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.

Tal vez Sierra Madero considera que la única forma de historiar es escribiendo historia. Convenientemente ignora que los testimonios y fuentes primarias a través de las cuales ha construido una carrera son también versiones de la historia cuir. Además, me parece interesante que siga usando una metáfora en la cual las personas LGBTI somos bestias y él un predador dedicado a rastrearnos y vendernos.

Cualquier análisis acertado sobre la historia cuir es gracias al criterio de una persona cuir. La única manera de entender nuestras vidas es a través de quienes la vivimos. Tal vez les historiadores cis-heterosexuales creen que ignoramos el valor y la riqueza de nuestro propio conocimiento, y se felicitan por habernos descifrado o descubierto. No obstante, la sabiduría y sensibilidad que nacen desde la experiencia, del vivir en carne propia la identidad que estás tratando de definir son aptitudes irreproducibles.

Tan larga como la historia de las personas LGBTI es la historia de las personas cis-heterosexuales hablando por nosotres. Desde la “Carta crítica del hombre muger” de José Agustín Caballero en 1791, el proceso criminal contra Enrique Faves en 1823, y las descripciones de danzas sáficas y trabajo sexual de Benjamín de Céspedes en 1888, hemos sido poco más que un tema exótico o controversial. Las mismas dinámicas institucionales siguen en pie hoy permitiendo que una mujer heterocis esté a cargo del Centro Nacional de Educación Sexual. No hay que tocar el tema de su apellido para indignarse al pensar que Mariela Castro Espín es la representante más visible de la comunidad LGBTI en Cuba. Nuestra historia y activismo al mando de estos personajes se ha convertido en una cronología de la homofobia, el trauma y el lenguaje medicalizado.

Las personas trans, intersex, cuir, homosexuales y bisexuales somos personas reales, no solo un tema de tesis universitaria. Entonces, ¿qué es lo mejor que pueden hacer activistas e investigadores que quieren contribuir a una comunidad a la que no pertenecen? Julia Serano, bióloga, escritora y activista trans de Estados Unidos lo explica genialmente en un contexto transexual e intersexual:

Cuando les académiques [cis] se apropian de las vivencias de las personas transexuales e intersexuales en sus ensayos y teorías, cuando escogen aspectos específicos de nuestras vidas para incluirlos fuera de contexto en sus creaciones, simplemente están contribuyendo a invisibilizarnos. Si les académiques cissexuales realmente creen que las personas transexuales e intersexuales somos capaces de contribuir nuevas perspectivas al actual diálogo sobre género, entonces deberían dejar de reinterpretar nuestras vivencias y apoyar las labores intelectuales y artísticas de las personas transexuales e intersexuales. En vez de apropiarse de nuestras experiencias para avanzar sus propias carreras, deberían exigirle a sus universidades que nos contraten como facultad, y que sus editoriales publiquen nuestros libros. Y, por último, deberían reconocer que no tienen derecho legítimo a utilizar las identidades transexuales e intersexuales para sus propios fines.³

Mañana no podrán decir que no denunciamos esta apropiación. Estoy orgullosa de Archivo Cubanecuir y lo que significa para mi comunidad. Estoy orgullosa de escribir para la primera revista cubana dirigida y editada por una mujer trans. Me veo rodeada de pioneres trans como yo: actrices, académicos, activistas, escritoras, cantantes… y, reconozco, que todo hubiera sido más fácil si hubiéramos conocido a alguien como nosotres hace años. Sueño con que surjan más archivos, más revistas, más proyectos liderados por personas trans y cuir y que en un futuro llegue una nueva generación a cuestionar nuestros métodos inventados en el vacío.


Referencias:

  • ¹ Tourmaline (2017, octubre 11). Tourmaline on Transgender Storytelling, David France, and the Netflix Marsha P. Johnson Documentary. Teen Vogue. Consultado en marzo 30, 2023. Disponible en https://www.teenvogue.com/story/reina-gossett-marsha-p-johnson-op-ed .
  • ² Sierra Madero, A. (2022). El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980). 1ra ed., Rialta Ediciones, p. 191.
  • ³ Serano, J. (2016). Whipping girl: A transsexual woman on sexism and the scapegoating of femininity. 2da ed., Seal Press, p. 212. [Traducción original de la cita: Librada González Fernández]
  • academia
  • transexualidad
  • injusticia testimonial
  • violencia epistémica
  • estudios trans
  • género
  • transfeminismo

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Librada González Fernández

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Colaboradora Especial

Investigadora y archivista trans nacida en Cuba. En noviembre de 2019 creó Archivo Cubanecuir con fines de preservar y rescatar documentos históricos de la comunidad trans y cuir de Cuba. Desde entonces, ha presentado el archivo en el Instituto Moreira Salles de Brasil, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, y el Park Avenue Armory de Manhattan. Actualmente trabaja en un libro en el que documentará la historia de personas trans y no binarias cubanas en el transformismo y burlesque. Este año trabajará por primera vez con la Universidad de Vanderbilt, la Colección Cubana de la Universidad de Miami y con la Colección de Láminas de la Biblioteca Pública de Nueva York.