Las niñas que fuimos*

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Hoy he decidido romper muchos silencios que llevo en mi cuerpo y mi alma. Mi niñez fue como la de muchas infancias trans: violencia, discriminación, soledad, miedo por todas partes todos los días. Nunca dije a nadie que fui violada con 4 años por un compañero de trabajo de mi madre. Nunca conté de los golpes en los baños, las veces que me lanzaban orine, excrementos y que los profesores nunca intervinieron.

La escuela primaria fue el lugar donde desarrollé mis habilidades de supervivencia. Entre maestros que me apodaron “pájaro seco” y alumnos que probaban su “hombría” en mi cuerpo como un punching bag de boxeo…

¡Qué desesperante el último turno cuando sonaba el timbre de salida! Otra pelea. Otra vez inventar una caída al llegar a casa y ver los ojos azules de mi madre como una presa con diques, a punto de derramarse. Ella cambiaba el tema y me ofrecía un duro frío o una cremita de leche. ¡Cuántas veces esos diques se derramaron en la Dirección de la escuela, en un juicio sumario por aquel niño que no era “normal”. Sus formas “afeminadas” causaban problemas de disciplina, vergüenzas y rechazo hasta por parte de padres que se quejaban en las reuniones. Solución: “o llevas a tu hijo a la «Clínica del adolescente» y recibe tratamiento para arreglar su problema o te lo trasladamos a una «escuela especial»”.

Pero ese cónclave nunca le dijo a la de los ojos azules que su hijo nunca faltó el respeto a nadie y era de los primeros escalafones en el grado, que ganaba concursos a nivel municipal, provincial; al que nunca le entregaron los diplomas en los matutinos como a otros.

En la llamada “Clínica del adolescente”, después de 150 psicométricos, la orden fue: práctica de deportes de combate, judo, boxeo, karate. Para las niñas, costura, pintura, música, danza. Por suerte estuve solo un año. Atesoro muchos recuerdos y complicidades junto a otras niñas trans que encontré. Porque las busqué siempre. Siempre me pregunté dónde estaban otras como yo.

Durante la secundaria continuó la violencia, pero el miedo fue mermando. Estaba más segura. Ya sabía quién era y qué quería. Gracias a un team de 8 amigas, que eran mis “Ángeles de Charlie”, ya me asustaba menos el timbre de las 4:20.

Henry apenas pudo terminar 9no grado. Yo era un año mayor pero estuve a su lado muchas veces en el merendero evitando “el tumba y deja” que le hacían a diario a su merienda. Él sufrió más. Sus padres no tenían ojos con diques. Sus padres eran parte de ese mecanismo de violencia y represión.

(…)

Desde que escribí el último post, donde me liberé de muchos silencios, me quedó la sensación que debía buscar una historia que marcó mi vida, y quiero contar la de mi primera hermana trans.

La conocí en aquella casona de Quinta Avenida mal llamada “Clínica del adolescente”, donde a muchas niñas trans y varones afeminados nos obligaban a hacer deportes de combate y nos suministraban tratamientos hormonales para corregirnos. Ella era dos años mayor que yo. Su situación era peor que la mía. Sus padres eran militares de alto rango, ella una criatura preciosa, con la voz más triste y dulce que había escuchado en mis escasos 11 años. Nuestra complicidad fue inmediata. Siempre traté de hacer pareja con ella en las prácticas de deporte. Nunca le di un golpe fuerte. Ya lo teníamos ensayado y casi siempre dejaba que ella ganara el round. Muy a escondidas traficábamos sellos, colecciones de envolturas de chicles y caramelos ¡Hasta uñas postizas de placas! En las meriendas hablábamos de los artistas que nos gustaban y de algún que otro amor o novio. Juramos nunca llamarnos por los nombres que nos dieron nuestros padres. Yo le puse el nombre de una niña que había conocido y le encantó. Silvette. A mí me puso alrededor de veinticinco pero ninguno me gustó...

Pasamos casi un año juntas en aquel infierno clínico y después nunca más nos vimos. Tres años más tarde supe por una trabajadora de allí que se había suicidado. Se había prendido fuego a sí misma. En ese momento le dediqué un poema que mantuve olvidado todos estos años. He tirado abajo el closet y aquí está. Hoy lo dedico a ella y a todas las mujeres trans que no lo lograron.


SILVETTE

Fue encontrada entre las cosas
desafiando el cauce de la vida
Testigo de crepúsculos sin fin
entre el corazón y las entrañas
El alma de la madre creó la sombra y el rincón donde sus ojos envueltos en llamas
revientan cada noche entre las fauces de fieras que buscan la geografía de su sangre.
Cuando nació todos los caballos de la tierra arrastrándose de rabia lanzaban voces de
horror al cielo ¡Ha nacido la palabra de las cosas!
Revolcada en ardidas calles
oculta sus ojos en las penumbras
Poetas darían su pluma por verla hablar
Enamorados su cópula por verla sonreír
¿Qué le pasa a esta niña que tan solo abre su boca mareas de miseria inundan su faringe todavía tierna?
Esta niña está castigada por el destino
a desandar entre la muerte, las llamas
Qué esperaría esta niña de este mundo
fecundado por la máscara de un monstruo.
Ya no le basta el calor de las cenizas
ni el bullicio de las sirenas en la calle
solo le calma saber que un día triunfará la esperanza.
Silvette de las calles oscuras, amargo dulce
fría primavera, otoño sin cascadas de hojas
Tu nombre vibra en mi mano
como de lástima el mundo, el amor, el abrigo que te falta, tus lágrimas al caer inspiran
la amargura de un corazón que no conoce la vida y que no sabe lo que es madre.
Pulmones que revientan de no respirar
el aire puro de la mañana
pellejo que no tiene color de no haber tocado nunca el sol
ojos estrellados que miran al cielo y se nutren con la savia de su pena
¿Cómo juzgarte?
No tienes la culpa de lo que eres, la muerte cayó en tu puesto, la situó el voto del universo
para que la sombra tape tu cuerpo
y tu tumba
sea la tierra conque te alimentas!

*Estos testimonios originalmente fueron publicados por su autora en sus redes sociales, y hoy se los obsequia a nuestra revista con la autorización para su reedición.

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Kiriam Gutiérrez Pérez

Actriz y presentadora cubana.