La casa (de la diversidad sexual) de los famosos: Nuevas formas de discriminar que trajeron las redes sociales

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Ilustración por Laura Vargas

En la década de los noventa, Giovanni Sartori1 decía que la sociedad estaba teledirigida, incapaz de pensar, movida como títere por las imágenes y el audio de la llamada Caja Tonta2. Incluso él y muchos otros autores y teóricos sociales hablaban de la televisión como el cuarto poder. Hoy en los 2020’s, habría que actualizar el término y decir que la sociedad ya no está teledirigida, sino ¿tiktokizada?, ¿tuiter-idiotazada?, ¿facebook-abducida?

Pero, ¿por qué digo esto y qué tiene que ver todo ello con bailar, en mallas de red, Sobreviviré de Mónica Naranjo, con el glitter, la mariconería y el tacón, la vulva con vulva, la identidad de género o la orientación sexual?

Actualmente la diversidad social, con el uso y abuso de las redes sociales, se ha sobre-agotado en supuestas luchas y demandas. De esta manera, se alaba cualquier cosa como logro, o se le llama a cualquier tontería “violencia” y “discriminación”: que si la alegata y el desgano por el pronombre, el tercer baño, unas trans en las competencias de deporte, la travesti modelo de Victoria’s Secret, el hombre trans en la policía o la milicia, la lesbiana senadora, la trans diputada, el gay que es gerente corporativo de Coca-Cola en todo América o cuya aspiración en la vida es tener el cuerpo de gym y ser una copia de Ricky Martin; que si tú me hablaste golpeado, me miraste feo, me hiciste sentir mal y entonces no tuviste responsabilidad afectiva; que si elle me bloqueó. En fin, la afamada y muy distorsionada “violencia simbólica”.

Así, cacareamos mucho sobre la discriminación hacia afuera, y poco o nada nos detenemos a mirar la paja en la propia comunidad. Por ello, en este artículo, expongo la discriminación, no en el sentido que ya todo mundo conoce y está explotado en campañas, infografías, ardid’s mediáticos o botines políticos charritos, sino la discriminación al interior de la propia comunidad LGBTIQ.

Es urgente realizar un ejercicio colectivo de honestidad para repensarnos y mirarnos hacia dentro como diversidad sexual, esas “nuevas formas” discriminatorias, por decirlo de alguna manera, que surgieron entre miembros e integrantes de la propia aldea LGBTIQ con la llegada de las redes sociales y su uso descontrolado.

Big Brother, o La casa de los famosos pa’ los más jóvenes: es ese vigilar-castigar, el panóptico del que hablaba Foucault en tiempos en los que ni redes sociales había. Tenemos a gays mirando gays como policías cibernéticos las 24 horas, a través de una cámara de celular conectado a internet; a trans mirando trans; lesbianas mirando lesbianas, y en el momento en que alguien hace algo, cualquier cosita, salen inmediatamente a funar, tirar mierda, irse a la yugular, y con todo, como tunda iracunda de los Simpsons, a darse hasta con la cazuela. Todes contra todes, todos contra todas, y todas contra lo que se mueva.

Mientras, fuera de redes sociales, el fascismo y vulnerabilidad-marginación avanza. Fuera del like, el retuit, la historia o el video chistoso, siguen los transfeminicidios, la homofobia, la lesbofobia, la falta de vivienda asequible, la carencia y burla en la salud integral, y la falta de un trabajo digno con remuneración justa. Derechos humanos básicos universales que no son un pleito con la cabeza caliente en Tuiter o Facebook, sino realidades voraces y opresivas.

Hoy día hay una obsesión enfermiza con tener miles de seguidores. Lo que menos importa es la conciencia social de lo que se expone allí, o la praxis política para manejarlas. ¡Y ya ni hablar de la ética! Lo que importa son los followers, el like, crear la ficción de que eres popular, líder, estrella, influencer, activista, que eres mejor miembro de la comunidad que el resto. Hay una obsesión enferma por hacer el papel de ministerios públicos virtuales, sentirse dioses, superiores, ejemplares, mejor que otres. Hay una competitividad tóxica y muy mierda para despedazarse.

El EZLN3 decía que otro mundo es posible, y yo coincido: otro mundo es posible, uno sin creadores de contenido y sin redes sociales, ¡por piedad! Pero también sin seguidores de creadores de contenido, y sin integrantes de la comunidad LGBTIQ que se crean policías y jueces, como tu tío panista o tu abuela conservadora, como los fascistas o los neonazis.

A continuación expongo algunos ejemplos de esas “nuevas formas de discriminar que trajeron las redes sociales”:

Raza y color: Cuando dicen “como chango, como orangután o país bananero”. Cuando dicen “chacal” o hablan de un negro con pitote. Estas formas son exotizantes, y el exotismo es racismo. Comparar a personas con animales es racista. Históricamente a las personas afrodescendientes, por el color de piel o forma del cabello, no se les consideraba personas y se les maltrataba con miles de adjetivos. Es importante pensarnos el uso de estas expresiones.

Gordofobia: Cuando hacen comentarios sobre el cuerpo de quien sea, que si flaca, que si gorda, que si chaparro, jorobado, o resaltan alguna discapacidad. Es común entre gente de la diversidad sexual sentirse saludables y superiores por la fascinación del “cuerpo de gym”. Están manipulando el tema de la supuesta “salud”, y están siendo capacitistas y misóginos. No se debe opinar sobre el cuerpo de los demás, menos juzgar o criticar.

Edad: Cuando denostan o minimizan a la gente y se burlan por los años. Que si es viejo, anciano, o muy “niño”. Si boomer o millenial, que si generación de cemento o generación de cristal; cuando usan “señora” para atacar. En todo eso están siendo adultocéntricos, sintiéndose superiores por ser jóvenes, y están discriminando por edad, además de mostrar un profundo odio y desprecio por la vejez, como si no fueran para allá. No más. Dejen de hacerlo.

Etnia: Cuando son xenofóbicos y racistas con migrantes “sucios y negros”, centroamericanos, pero aman a los rubios ojos azules cuerpos de gym, o gente delgada blanca de España, Canadá o Argentina. Cuando dicen “nuestros indígenas”. Cuando le dicen a alguien “cara de indio”. Cuando desprecian a la gente en situación de calle y les consideran foco de infección, están siendo supremacistas como Donald Trump. No lo hagan más y aprendan sobre derechos humanos.

Serofobia: Cuando entre gays se atacan con dolo y con ignorancia respecto al VIH y las infecciones de transmisión sexual. Parecen sacerdotes hablando de promiscuidad. Se burlan y hacen escarnio como neonazis. Son muy ignorantes y serofóbicos. Es urgente parar y no tolerar más estas agresiones y discriminación al interior del colectivo LGBTIQ.

Escolaridad: Cuando fansean a voces autorizadas y académicas, y desdeñan los conocimientos de calle y praxis, y creen que la gente no famosa no tiene nada que decir o no es importante. Los fanseos son estúpidos y no dejan pensar, se dejan llevar por la pasión de admiradores a ídolos. Ir a la universidad no hace mejores personas. Revisen su clasismo. Las personas merecen un respeto por igual independiente de si estudian o no, si se drogan o no, si se prostituyen o no.

Clases: Cuando adoran a la blanquitud, a la gente aspiraburgués, a los ricos y a las estrellas. Aprendan de lucha de clases y conciencia social. Dejen de culpar a la gente por su condición de vida y creerse mejores ustedes por tener mejor celular, carrera, vivir en “zona bien”, haber viajado, etcétera.

No pueden hablar de violencias y agresiones de fuera cuando entre la misma comunidad se hacen mierda.

Hoy día hemos pasado del cuarto poder al poder desmedido de las redes sociales. Eso estamos viviendo. En la lucha por visibilizarnos nos volvimos tribunales, y hasta lo presumen.

Pregunto honestamente y con ánimo de que soltemos este artículo y lo conversemos con otres cara a cara: ¿es esta la lucha que necesitamos y nos hace bien? ¿Es este el movimiento de derechos humanos al que aspiramos? ¿Es la libertad de expresión y el acceso a internet y las redes sociales una herramienta necesaria y primordial en eso que llaman disidencia?

Acuerpar no es dar retuit ni compartir historias. Luchar no es tuitear ni hacer videos en Instagram o TikTok. Es una vergüenza que el movimiento elegebeté que iniciaron Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera en Stonewall acabe en funas y cancelaciones en internet y las redes sociales.

Querido colectivo LGBTIQ: Sylvia y Marsha pelearon contra el sistema y su brazo armado, la policía, para no ser perseguidas y criminalizadas por migrantes, por negras, por putas, por travestis, y todo eso no puede convertirse hoy día en un vigilar y castigar, en un reality show vulgar con cámaras todo el tiempo, y usar eso para darse con la zapatilla y la cazuela entre integrantes elegebetés.

Están reproduciendo un sistema policial, punitivo. Ojalá lo razonemos colectivamente y sobre todo actuemos en base a ello. Urge sacar el culo del celular, de la compu, del internet, y moverlo a la calle, donde está la resistencia, donde está la violencia a la que nos somete el Estado, la lucha de clases que sí es opresiva y no un hilo estúpido de alegatos tuiteros. Es urgente aprender de lucha de clases porque somos pobre.

No se lucha con un hashtag, sino moviendo y poniendo el cuerpo en la calle, no en un show donde nos miramos como en Big Brother de “famosos”, no en un show guarro y mediocre donde somos la diversión de otra gente no sexodiversa, mientras que aquí en el afuera seguimos iguales en la exclusión y la falta de oportunidades. Seguimos igual en la cárcel o asesinados. Seguimos igual de oprimidos por pobres a causa del Estado y el capitalismo. Abran los ojos, en la vida real no hay cámaras. No somos un show.


1 Investigador italiano en el campo de las ciencias políticas
2 Supuesta capacidad embrutecedora de la televisión
3 Ejército Zapatista de Liberación Nacional, México.

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Frida Cartas

Mexicana que nació en el norte del país. Es ama de casa de tiempo completo, y escritora a ratos. Fue por 4 años tallerista en derechos sexuales y reproductivos de las juventudes, con una perspectiva crítica de género y de clase. Ex-conductora del programa de radio “Altersexual”, el único programa hasta ahora de antropología sexual en la radio pública del país. Es autora de los libros “Onceavo mandamiento”, “Cómo ser trans y morir asesinada en el intento”, y “Transporte a la infancia”. Actualmente colabora en distintos medios de información.