Estamos viviendo en el peor mundo posible

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Ilustración por Alejandro Cuervo @comrayo_

Me ha costado mucho escribir, repensar y decidirme finalmente a entregar este texto. Sostuve por días la irresponsabilidad y la informalidad de no entregar en la supuesta fecha pactada, hasta que hoy amanecí con un “amor, estás dando pie a que hablen de ti”. Por eso no intentaré persuadir.

Creo que en el mundo únicamente quedó el fascismo, en diferentes grados de intensidad porque no hay muchas distancias entre las formas de vida. Autodenominarse disidencia sexual, por ejemplo, no dista, al menos en este momento, de quien es negro, o pobre. La Cuba del 2023, además, es una sociedad que ha agotado todas sus posibilidades vitales. Y aceptamos llamarle a todo este panorama “Normalidad”, lo cual habla, a las claras, de cuánto estamos dispuestos a sacrificar.

Por un momento pensé que la solución al sacrificio estaba en tratar de diferenciarse de un resto, construyendo la ideología que iba a habitar, la casa donde no viviría sola, la nueva educación sentimental mediante la cual amaría, encontrando los ancestros y el pasado que me haría más libre. Ese era el mantra para todo y el consejo para todos, hasta que Mel Herrera me dijo por primera vez: “Kianay, ¿pero y eso realmente en qué me ayuda a mí?”1

La frase fue aplastante, al grado de concluir que estamos pagando un precio muy alto por vivir bajo los designios de la gente que está más preocupada por las identidades que por tener un agenciamiento, o una encarnadura con aquello que ─dicen‒ les afecta. Vivir entre gente que no registra ni sus propios sometimientos, nos somete colectivamente.

Hay demasiados perfiles de activistas reterritorializando a un justiciero y hay demasiados perfiles de periodistas y escritores reterritorializando a un pensador. Los primeros reclaman, los segundos reprochan. Y, mientras tanto, el sistema recicla pedires y angustias en fuerzas para mejorarse. Vamos haciendo turismo, mudándonos de lucha en lucha, no porque hayamos obtenido algo realmente, sino porque, hasta tanto no importe mucho para qué, ni cómo, ni a qué efectos, ni con qué fines, ni quién se beneficia, seguiremos destruyendo la vida útil de esas exigencias.

Es horrible cómo lo verdaderamente importante, al menos por el momento, es ser visible, casi como un panóptico viviente, casi como ponernos y poner a otros en frente de los tiros de castigo, escarnio, censura, represión, control, normalización, corrección, y por supuesto, aniquilación. No se crean nuevas estructuras ni nuevos valores, solo se sustentan los ya existentes a la par que se declara una olimpiada de opresiones.


Subalternas ni subalternas

Me sigue sorprendiendo que, a estas alturas, aún se juegue a celebrar el Pride, un mes negro, la semana santa, una jornada por los pobres, por el estrés, por la ansiedad o la existencia de lo supuestamente subversivo. Tanta gente viene a visibilizar hoy en día, como si el resto fuera estúpido y no supiera lo que ve, ni lo que tiene que decir.

Cuando el ego, el reconocimiento y la representación legislan, el pensamiento crítico es sometido. Así nos topamos, por ejemplo, con personas que hablan de la marginalidad, desde la marginalidad, pero cuyos desvíos ya fueron integrados y expurgados de cualquier potencia. Bojear sobre este u otros términos jerarquizantes, con un supuesto afán reivindicativo, es blanquear. Hacer finalmente de ellos uno o varios productos, con varias pingas de por medio, varios bollos, varios escenarios feos y situaciones feas, casi siempre con una “singueta” como happy ending, es reducir la marginalidad a lo mismo que la reducen los blancos.

Mientras tanto la puta seguirá en el mismo banco del Parque de Cristo y el negro seguirá repartiendo puñaladas en diciembre. Se obvia que este sector amplísimo de vidas libremente informales muchas veces ni quieren, ni desean, ni pueden, ni deben enrolarse en esa manía de ser leídos y escuchados. Mucho menos formar parte de las listas de la buena ciudadanía según algunos activismos: blancos, hegemónicos, victimistas, académicos, merch del bien, “ofendidizos” y “comicones”.

Pero tampoco voy a llegar yo a preguntarle a nadie qué es lo que quiere lograr a través de su discurso. No los culpo, la ingeniería social hace sentir que aquello que te esclaviza es en realidad de lo que depende tu empoderamiento. Cuando surgió esta revista como medio, sin embargo, le fue cuestionado su naturaleza, su objetivo, su público y hasta llevar las disidencias al servicio de la sensibilidad y los padecimientos.

Hay mucha mierda escondida entre los pliegues, entre las banderitas de colores que ondean los señores y señoras de la caridad de la sociedad civil cubana. No hay tranquilidad ni sosiego, solo existen las posibilidades de ser un peligro, un veneno, una composición para alguien o algo más. Como policías de la corrección política condenan a la existencia antisocial a proyectos y a personas. Es complicado llevar una iniciativa cualquiera por la línea del fracaso, que no te quieran en todas partes, ni te esperen en ningún lugar. El activismo, los medios, ambos, desgraciadamente no son islas de amor y sororidad, sino espacios de disputa, resentimiento y competición por poder.


El devenir minoritario

Cada cuerpo busca ampliar su territorio mediante sus devenires, a través de encuentros, con amantes, compañeros, rebañitos. El propio cuerpo es quien nos acerca y solo se expande. Ojalá todos esos encuentros fueran convenientes. Corren tiempos donde la buena gente molesta, pedir perdón muchas veces molesta y a mí no se me ocurre mejor manera de sacar conclusiones acerca de lo que otros cuerpos son por los efectos que producen sobre el mío.

Yo, por ejemplo, tengo un pésimo carácter. Pocas personas, además de mí, me caen lo suficientemente bien como para pasar el rato. Sostengo que no tenemos que ser mejores ni grandes amigos para apoyarnos, cuidarnos, respaldarnos, bancarnos los trapos y sostenernos en la adversidad. Reconozco que, dada mi manera de ser, a cada tanto cambio de amistades como cambio de todo. Cada vez que esto sucede siento que llevo varias vidas en una. Me han cuidado muchísimas personas, a otras tantas he asistido y siempre me convenzo de que no se puede vivir sin apoyos.

Pero existe un muy mal concepto de la amistad. Pensamos la amistad en términos económicos: no hay suficiente para todos, nuestra información personal y la que tengamos sobre otros brinda más cobertura emocional, más conexiones, y más amistades. Algunos por miedo a la rostridad, la soledad, al abandono o al castigo, prometen mentiras, falsean situaciones y datos, tergiversan hechos, crean desconfianza, permiten y viven en el engaño.

Hacer mierda a otros en un encuentro de cerveza/té/café, mientras se replica la eterna paradoja de la pobreza (yo te invito) y la desigualdad (yo le sé cosas), es una forma de estar en esta vida, y aparentemente es el espacio de los y las comunes. El estado de opinión que pueden crear sobre la otredad, saberse con el poder de romper mentes y cuerpas, les resulta una alegría compensatoria. Recriminan y distribuyen los errores creyendo así que son más buenos o menos malos.

Responsabilizar de manera individual problemas sociales, hacer una cuestión personal de cualquier problema, en vez de problematizar la ausencia del problema, es volver a la vieja lógica de quien no soluciona es porque no quiere, y que querer es poder. Ignoran que las resistencias más efectivas contra el poder nunca han sido grandes transgresiones, nunca en el momento en que se suceden.

Cada vez que se busca un responsable se vuelve a estructurar toda esta idea de que una, de manera individual, está a cargo de su propia vida, de la voluntad y de los resultados de su propia vida, cuando en realidad esas causantes nos exceden de manera supina. Pero no deberíamos recular ante lo que una amistad ofrezca de político, jamás.

Desde hace tiempo me cuesta mucho responder preguntas oraculares del tipo “qué debemos hacer” o “cuál es la clave para”. No benefician a nadie. Como tampoco existe tal cosa como claves, llaves o puertas, sino resistencias y afectaciones. Todo está por construirse y lo más probable es que como sociedad civil, como ciudadanía, nos vaya mal. La gente es una mierda y el mundo también lo es. Constantemente estamos pulverizando apoyos, creando tristezas y hay montones de instituciones asegurándose de eso, poniéndole sentido, certeza y contenido a todo lo nuevo.

Quizás mañana el “orgullo por disentir” sea otra cosa: perder inteligibilidad social, dejarse caer, desagregarse de toda sociabilidad envenenada, ponerle fe al fracaso y no al éxito, jamás entregar una imagen reconciliada de sí mismo. Esperemos que entonces, para poder sostener una buena soledad, comencemos a crear nuevas alianzas.


1 Mel Herrera: (narradora, periodista y activista trans)

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Kianay Anandra Pérez

Periodista, feminista en construcción.