El racismo que emigra

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Ilustración por Laura Vargas

A estas alturas, no me sorprende el racismo en ninguna persona, ni debería; vivimos en una sociedad racista que así nos educa. Dejo gran parte de la culpa al sistema educativo que se jacta de estudiar la historia de la humanidad con sus hitos y, aun así, parece no aprender del pasado. No muestra interés en forjar una conciencia antirracista en los estudiantes. Ni siquiera por condescendencia hacia el estudiantado y profesorado negro que ha pasado por sus aulas. Sobre todo, dejo caer mi dedo acusatorio sobre las universidades de Cuba que, si algo tienen en común, es el racismo que comparten. Pero mi motivo no es hablar solo de esta especie de racismo en la Isla, sino del que ha emigrado.

Ahora el racismo cubano está engrosando las filas del norteamericano. Debido a la masiva cantidad de migrantes que han llegado a Miami, Florida, y a otros estados, por aire, agua, y tierra. El bombardeo de noticias, desde los principales medios periodísticos del Gobierno cubano, sobre el vecino más cercano, ha logrado que estemos conscientes y al tanto, de la cruda lucha racial que siempre se ha librado en Estados Unidos de América.

El método principal del Partido Comunista de Cuba (PCC) siempre ha sido usar a su archienemigo y su racismo, para tapar el suyo propio; el de la isla paradisíaca “libre de toda discriminación, que ha alcanzado satisfacer los medidores sociales del bienestar”; el que no reconoce al racismo como un problema estructural. El PCC articula discursos que alimentan a la izquierda latinoamericana y europea, convencida de que Cuba tiene el modelo ideal para la solución de todos sus problemas y que el único que pervive es el bloqueo americano.

La principal arma del Gobierno cubano siempre ha sido el mestizaje. Según ellos es imposible que una isla que “tiene del Congo” ‒haciendo referencia a que toda persona cubana tiene ascendencia negra, o ADN negro, corriendo en sus venas‒ pueda ser racista. En Latinoamérica es muy común. Es costumbre este lavado de cara de los gobiernos en cuanto a racismos se trata: gobiernos blancos y elitistas que usan las culturas y reivindicaciones indígenas al mismo tiempo que se desentienden de los derechos de estas poblaciones. Como ejemplo cercano tenemos al propio gobierno cubano: donde la mujer negra y “mulata”, la cultura afrocubana y el guajiro autóctono, son vendidos para el extranjero como preservación de la cultura, mientras no se resuelve ningún problema de los barrios más pobres ‒poblados en su mayoría por personas negras‒, ni de los guajiros que viven en el campo ‒solo encuentran trabas en sus oficios agrícolas, ganaderos y avícolas.

El racismo en Cuba no ha desaparecido como algunos plantean. He oído a muchas personas blancas argumentar que al negro siempre se le ha dicho negro, al gordo se le ha dicho gordo, y que, por ende, no hay racismo, no es discriminación. ¡La osadía de decirle eso a personas negras en Cuba, que lo hemos vivido y presenciado! Especialmente las mujeres negras cubanas: al maltrato y al vapuleo que recibe la mujer negra cubana, se le tiene que dedicar todo un escrito aparte.

Frases y argumentos como los mencionados han emigrado con el cubano hacia tierras miamenses y son repartidos como pan caliente entre otros latinos para que se crean el maravilloso cuento de la isla sin racismo, donde el único problema que existe es la dictadura del PCC. Así imagino que debe ser en cada lugar que pisa el cubano, inconsciente de su racismo, tanto negros como blancos. No es extraño que personas negras se hagan partícipes de estos discursos, como yo lo hice, antes de tomar consciencia.

Miami se ha llenado de discursos que borran el racismo en Cuba. Ya escalaron al primer mundo y ahora se enfrentan al racismo norteamericano. Evidentemente ya no tienen ningún problema con el negro cubano, esos ahora son sus hermanos; ahora sus confrontaciones raciales son con los afroamericanos.

Desde que estoy viviendo en Miami me ha decepcionado muchísimo ver que, las personas cubanas, no solo tienen la valentía de decir “Díaz Canel Singao” o de expresar cualquier otra manifestación política, sino que su racismo y discriminación son también más libres. No ha habido una reunión en la que, en algún momento, alguien no hable de lo malos, malísimos que son los afroamericanos. Es casi un vicio.

Muchos latinos, con toda seguridad, te dirán que los afroamericanos son gente muy difícil de lidiar: problemáticos, violentos, creídos, ladrones, sucios y que odian a los latinos; te harán toda una construcción sin dejarte conocer a estas personas por ti mismo. Te pasan todos sus prejuicios y te crean un estado de terror, de alerta, ante un posible encuentro con “lo peor”.

Una idea generalizante sobre las personas afroamericanas proveniente de personas que, a lo mejor, un día atrapas en redes sociales diciendo “no todos los hombres/mujeres”, “no todos los latinos”, “no todos los cubanos”. Personas que conocen los efectos nocivos de discursos de este tipo y de los prejuicios, porque han sido víctimas también, pero el racismo les puede. Algunas que, después de vomitar las frases más racistas con la mayor calma, paciencia e impunidad, acusan a las personas afroamericanas de tener una supuesta ley que les da más derechos que a nadie; o exageran con una sociedad utópica donde el negro pasa y los demás se inclinan. La organización colonial del mundo acostumbró a las personas blancas a sentirse seguras cuando dan opiniones y expresan discursos racistas, de tal manera que, cuando le señalas su racismo, el violento resulta ser quien acusa.

Yo me considero una persona negra, sin embargo, por el colorismo, por mi tez no tan oscura de piel, las personas blancas creen tener una licencia para ser racistas en mi presencia, y creen que me haré partícipe de su juego como si ya no quisiera ser parte de lo negro. Insultan a personas negras delante de mí como si yo no fuera una. Es increíble el nivel de disonancia cognitiva al que llegan, sin darse cuenta de que podrían estar criticando a mis familiares y toda mi rama genealógica.

Antes, en mi vida, mi racismo interiorizado ‒aprehendido‒ me hizo parte de esa danza racista, de la validación por parte de la blanquitud. De la misma forma que muchas personas negras, formadas en esta sociedad cuyo mensaje es que huyamos del “atraso”. Poco a poco, el activismo antirracista y los afromovimientos con los que me topé, me quitaron esa pasividad de receptor del racismo. Ahora me he vuelto el punto incómodo en esas reuniones donde, casi siempre, suelo ser el único, o uno de los pocos negros, que se atreve a hablar.

Ahora yo soy el “violento” que, en las reuniones de familiares, amigos, compañeros de estudio o trabajo, suelta las palabras que caen como bombas en el centro de mesa. Hay que ver cómo las personas blancas o blanqueadas están dispuestas a criticar a toda persona racializada, pero no están dispuestas a combatir su racismo, ni a que se lo señalen.

Acabo de mencionar las áreas en donde he tenido estos debates/discusiones: la familia, los círculos de amigos, el centro de trabajo. Que no crea quien me lea, esta lucha la cojo todos los días. Es agotador no descansar del racismo en ningún lado donde pisas; ni siquiera en los días de salidas para socializar, donde se espera que la gente cuente chismes, hable de metas, de pesares y felicidad. No hay descanso una vez que se tiene el despertar antirracista. Y la peor lucha indudablemente es en el ámbito familiar. Que ni en la casa se tenga descanso del mundo racista, es agobiante.

Entonces, muchas veces, las discusiones me suceden como ráfagas distantes por aguantar mucho las palabras, por permanecer callado. Las personas me irritan más con sus intentos para que me “desempatice” de las personas afroamericanas y las demonice. Me dicen que es una cuestión de locación, de cultura, que no tiene nada que ver con lo negro cubano. Como si a mí se me hubiera olvidado que en Cuba eran de uso cotidiano las frases “negro/a tenía que ser”, “el negro la hace al principio o al final”, “negro y maricón… lo último”, “lástima que sea negra”, “blanca echada a perder”, “negrito de salir”.

En Cienfuegos, zona central de Cuba, todos los negros de San Lázaro son un problema; si vas a La Habana, te dicen que los negros de Centro Habana y los de Oriente son el problema. Pero ahora en Miami no. “¿No ves que en Cuba siempre tuve amigos negros, amigos de toda la vida?” dicen, porque ahora es con los “negros nuevos”, los de Norteamérica, el problema. Convencerme a mí de que es una cuestión de geografía y cultura, y no de color de piel y estructural, es un intento fútil para mis oídos y mi experiencia como persona negra que vivió en Cuba; lo suficiente negro para algunos, no tan negro para otros. Y ahí entra el otro intento de salvación, el complejo de salvador blanco: ¿por qué te molestas si tú no eres negro?

En Miami me han dicho con condescendencia, como quien quiere tirarme una mano salvadora, que soy moro, morenito, trigueño, que a los ojos de algunos no parezco negro. Como si a mí me molestara que me dijeran negro. Después de tantos años de lucha con mi racismo interiorizado para que ahora quieran arrebatarme lo que tanto me costó aceptar.

Alguien una vez me dijo que me iba a dar cuenta de una “verdad absoluta” cuando tuviera que trabajar y atender a las personas afroamericanas. Yo llevo oyendo “verdades absolutas” desde que tengo memoria: sobre los homosexuales, las personas transgéneros, las lesbianas, los judíos, las personas negras cubanas; generalizaciones negativas todas, basadas en prejuicios raciales y pánicos sociales.

Pude presenciar ‒cuando llegó ¡al fin! mi tan ansiada oportunidad de trabajo‒ cómo a los latinos, nada más perciben la presencia de personas afroamericanas, les molesta todo de ellas. Si se paran, si se mueven, la forma de bailar, si se ríen, si lloran, si se decoloran el pelo, si se lo estiran, si se hacen rastas, si usan pelucas, lo que comen, la cantidad que comen, si pestañean...

Daba igual si eran clientes que notaban que yo no hablaba bien el inglés y me lo repetían bien lento, las veces que fueran necesarias, para que entendiera; daba igual si dejaban propinas; si respondían a la buena vibra de nosotros los latinos, que a la primera oportunidad bailábamos en el trabajo; daba igual si te decían “yes mami/papi” con respeto y jarana, y te deseaban un buen día. ¿Cómo me atrevería yo a compartir un dogma cuando un compañero afroamericano me había enseñado la técnica para estar al día con los requerimientos del trabajo? ¿Y su amabilidad y sus esfuerzos? ¿Los tiro?

Todos los empeños del ciudadano afroamericano por ser una persona correcta, compasiva y educada se quedan ahogados en “todos los afroamericanos son…”, como mismo los negros en Cuba nos quedamos ahogados en el “todos los negros son…”. Pero hay que ver con qué dulzura se trata al cliente blanco; a veces gritan y joden igual que cualquiera, pero ellos sí pueden hacer cosas de humanos. Sí pueden incomodarse, devolver pedidos y llamar a los jefes.

Esta vivencia me reafirmó lo que muchas personas negras sabemos y que muchos en el activismo han dicho: si las personas se esfuerzan, las personas negras tienen que hacerlo el triple; de lo contrario nuestras acciones no son vistas.

Y si lo esencial es invisible a los ojos, son invisibles también, a los ojos del racista, las acciones que sus paisanos y similares de raza han hecho y hacen. Porque si por la acción de una persona negra hacen pagar a todos, la raza blanca, con su historial, la tiene muy difícil. Basándonos en verdaderos datos oficiales, habría que cuidarse más de los hombres blancos, quienes son los mayoritarios responsables de los tiroteos masivos en Estados Unidos, por ejemplo. Pero ojo con hacer semejante señalización y sembrar el pánico contra el hombre blanco, porque sería “racismo inverso” o cualquier ocurrencia del tipo “no todos los hombres, no todos los blancos”.

Así funciona la desmemoria racista: la problemática blanca le es olvidadiza y llevada a lo individual. Pero la negra, la negra es cosa general, de la sangre, de la raza, de las hojas del árbol y de la raíz.

No es la única hipocresía que sufre el latino. Por más que el odio hacia el afroamericano sea un punto de unión fronteriza, a la hora de la verdad, cuando cada cual está en casa con los suyos, son racistas y xenófobos todos, y habla mal el cubano del mexicano, el mexicano del hondureño, el hondureño del nicaragüense, y así, hasta que todos se vuelven a unir en contra del afroamericano, su punto racista en común. Y Cuba, Cuba no solo emigró con sueños y esperanzas. Cuba echó en las maletas su racismo.

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Antuan A. Silva Fang

Del feminismo de las afueras, del feminismo de la periferia. Y yo sí quería que Daenerys lo quemara todo. Trans-ally.